Diario de León
Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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E l femenino de sacerdote es sacerdotisa para no tener que decir sacerdota, que suena algo pocilguil, aunque más gramatical. Sacerdotisa es total, evoca la selecta vestal de los gentiles, la maga poderosa, la dueña del fuego y del sacrificio en el templo... y con una teta al aire, el oráculo de los dioses o de las bestias infernales. Tan sólo su nombre rebosa ya literatura y enigmas fascinantes: sacerdotisa...

En casi todas las religiones antiguas las hubo y no sólo porque hubiera también diosas, pero las grandes creencias (budista, cristiana e islámica) las apearon de presbiterios y púlpitos donde sólo subirían varones oficiantes. Y las pusieron a ver, oir y rezar en templos, pagodas o mezquitas donde iban ellas a un lado, al fondo o tras celosía; o no iban, como en las sinagogas.

Las sacerdotisas desaparecerían y acabarían presas en la cárcel universal de la mujer, la de las tres ces: cocina, crianza y capilla, su perímetro operativo; y cambiar crianza por convento tampoco agrandó espacio (Sarah Palin exige la mujer de las tres efes: family, faith and flag , familia, fe y bandera).

Sectores católicos insisten en reclamar el acceso de la mujer a órdenes sagradas. Con el mismo Evangelio, otras iglesias cristianas ya consagran incluso obispas. Tampoco el celibato lo ven igual todas las confesiones que siguen a Cristo. El Vaticano no traga, pero lo hará y no sólo porque la mujer sea hoy mayoría en los templos. Los tiempos cambian y la «igualdad» acabará socavando el fortín del dogma. Las benditas monjas de antes, dóciles y cantarinas, tienen hoy estudios, la lega fregona da clases en la universidad y la abadesa de un conventín puede ser doctora en teología o analista de sistemas. Antes de que acabe este siglo se verán párrocas, capellanas o arcedianas. Pero lo misterioso y paradójico en la mujer es este empeño suyo por ocupar espacios que sangran aún en toda memoria histórica femenina: la religión que según ella la ninguneó y el ejército que devora a sus hijos en guerras imbéciles que sólo traen hambre y miseria. Confiaba Sócrates en que la mujer, ahora que puede (y debe) inventaría a la fuerza otra religión más justa y aboliría los ejércitos matones. Y ya ves, artilleras y sacerdotas les mola.

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