Fue el rapto de las sabinas

Entrar en el sabinar de Mirantes es como meter la mano en la caja de lo que nos dejó el terciario; echar abajo una sabina, lo mismo que romper una herencia de hace más de diez mil millones de años. Cuanto más se analice el hecho por las vueltas que han dado desde entonces las manillas del reloj más grande parece el pecado de la grieta que mece el sabinar más occidental de Europa. Una reliquia que León ha tratado a baquetazos. En las laderas del Luna comparten escenario una especie que superó el tardiglaciar, 'una época dominada por las condiciones climatológicas extremas hace dieciochomil millones de años que acabó con la mayor parte del inventario vegetal' y una brecha en la montaña. Lo primero es natural; lo segundo, mano del hombre. Manotazo, como se encargan de denunciar cada crepúsculo los focos del sol que iluminan una postal de desconcierto: noventa hectáreas plagadas de sabinas, cual centinelas apostados en los montes luniegos, vigilantes de las aguas calmadas del embalse, y una hendidura en la roca caliza que desvela que alguien no hizo nada bien las cosas. Se supone que el guardián de las esencias naturales.

Ahí está la cantera de piedra, testigo de la actividad que durante años laminó un pegote descomunal en un paraje que merece la protección de un diamante en caja fuerte. Sólo la presión mediática y la intervención de la fiscalía logró detener la extracción de piedra en mitad del sabinar. En ese punto del Luna se acumula el mayor índice de tropelías contra el medio ambiente en la provincia leonesa. La guardería forestal dio cuenta de la corta de 108 sabinas; y Medio Ambiente constata en un informe la desaparición de 189 ejemplares del sabinar por efecto directo de la extracción de piedra. Los científicos subrayan la relevancia, el valor ecológico de estos montes del Luna, en transición entre la región Eurosiberiana y Mediterránea, y enfatizan el valor de la sabina, con un ciclo vital de tres siglos. La sabina, que superó la glaciación y no pudo con la motosierra.