El sueño del emigrante

Las huellas de un par de zapatos pintadas en el suelo, y el sonido de las olas y de las campanas de Urueña, un pueblecito como tantos otros que quedaron atrás, guían al visitante por la instalación, donde una imagen de la Virgen del Camino, patrona leonesa, custodia los paneles decorados con pasaportes, visados y billetes sólo de ida. La muestra, construida en parte gracias al material donado por los hijos y los nietos de los que «cruzaron el charco», consigue «devolverles a ellos lo que ya hicieron hace tiempo por nosotros y por nuestra tierra», dijo a Efe Félix Colsa, director general de Políticas Migratorias y Cooperación al Desarrollo de la Junta de Castilla y León. El recorrido serpentea entre sombrereras, viejos periódicos y muchas historias, como la preferida de Colsa: la de dos hermanos que no se vieron hasta los noventa años, después de que el Atlántico los separase, y dedicaron sus treinta primeros minutos juntos a abrazarse sin pronunciar palabra.

La primera aerolínea que unió México con España -Guest, germen de la actual Aeroméxico- no lo hizo hasta 1948, así que el mar era el único medio de enlace entre dos mundos que, sin Internet ni televisión, casi carecían de referencias mutuas, lo que convertía el viaje en una aventura aún mayor. Las únicas eran los relatos de los inmigrantes, encarnados aquí por las cartas y las fotografías que muchos se hacían con su uniforme de trabajo en México, entre tiernos y solemnes, para mostrar a sus familias lo que ahora formaba parte de su rutina diaria. Será el nuevo Centro de Castilla y León de la capital mexicana el que acoja «Memorias de un sueño». Éste forma parte de la extensa red de casas regionales con las que cuentan las distintas comunidades autónomas españolas en México, que siempre han funcionado como un lugar de apoyo y solidaridad para combatir el desarraigo de los que se marcharon a 9.000 kilómetros de su tierra. En el viejo centro se celebraban las fiestas de Castilla y León y se entonaban himnos regionales.