Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

El domingo 16 de enero se celebra la Jornada mundial de las migraciones y los emigrantes. Dejar su casa y su ambiente ha supuesto para todos ellos un desarraigo doloroso. Pero también les ha resultado difícil el proceso de integración en la nueva sociedad.

Como es habitual, Benedicto XVI ha publicado un mensaje para esta Jornada, que este año 2011 lleva por lema «Una sola familia humana». En él reconoce que el mundo de los emigrantes es vasto y diversificado y afirma que «no vivimos unos al lado de otros por casualidad; todos estamos recorriendo un mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas». La metáfora del camino se refiere a la existencia humana, siempre idéntica y siempre diferente: «el camino es el mismo, el de la vida, pero las situaciones que atravesamos en ese recorrido son distintas: muchos deben afrontar la difícil experiencia de la emigración, en sus diferentes expresiones: internas o internacionales, permanentes o estacionales, económicas o políticas, voluntarias o forzadas».

El mensaje recuerda a los que emigran por razones económicas, a los refugiados que se sienten perseguidos en sus propios países y al número creciente de estudiantes extranjeros e internacionales.

«Todos, tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir».

Con relación al derecho a emigrar, la Iglesia «reconoce a todo hombre, en el doble aspecto de la posibilidad de salir del propio país y la posibilidad de entrar en otro, en busca de mejores condiciones de vida». Junto al derecho de las personas, reconoce también a los Estados «el derecho de regular los flujos migratorios y defender sus fronteras, asegurando siempre el respeto debido a la dignidad de toda persona humana».

En un mundo que ha descubierto el valor de los derechos humanos, es preciso también recordar el valor de los deberes. En este sentido, el mensaje afirma que «los inmigrantes tienen el deber de integrarse en el país de acogida, respetando sus leyes y la identidad nacional». Como ya escribía Juan Pablo II hace una década, «se trata de conjugar la acogida que se debe a todos los seres humanos, en especial si son indigentes, con la consideración sobre las condiciones indispensables para una vida decorosa y pacífica, tanto para los habitantes originarios como para los nuevos llegados».

Para creyentes y no creyentes, la fraternidad universal se basa en la misma dignidad humana, tan universal como indivisible. Con todo, la fe cristiana afirma como fundamento de esa fraternidad el haber sido creados a imagen y semejanza de Dios.

Que Dios, Padre de todos, «nos ayude a ser capaces de relaciones fraternas; y para que, en el ámbito social, político e institucional, crezcan la comprensión y la estima recíproca entre los pueblos y las culturas».

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