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Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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L os patriotas con chándal e ideas a rosca aseguran que la envidia internacional que nos tienen a España por los triunfos deportivos es una reedición de la Leyenda Negra. Ahí está la inquina de la prensa europea insistiendo en que las medallas españolas están dopadas y que esto es una Jauja bendita con vestuarios que parecen trastiendas de farmacia.

Son evidentes las ganas que nos tienen franceses, ingleses o italianos de meternos nuestras leyendas y mitos por el agujero negro, pero no son menos ciertas las pruebas que concurren en el caso, así que reconozcamos lo obvio, asumamos la vergüenza y humillemos educadamente el pendón, la pendona y el « a por ellos, oé» , porque empeñarse en arremeter contra las evidencias es algo necio... y dar coces contra el aguijón.

En general, del español no se piensa nada bien por ahí. Es manía vieja y muchas veces sólo nos juzga el tópico simplón o la tirria secular... y la mala folla de querer vernos siempre como atávicos y africanos. También es verdad que hemos dejado rastros de trapaceros y abusones en nuestra historia y que algunos méritos propios aportamos a la mala fama.

Porque hacemos trampas.

La trampa, en España, es un alarde de ingenio y osadía. Se aplaude. Desde tiempos de Viriato, y desde antes, sentimos un «sano» desprecio por la ley.

Pero tramposo es sentencia letal. Nos borra de por vida del respeto y la credibilidad. Ya no se fiarán de nosotros hasta que pase un tiempo muy largo y demostremos el doble que los demás para que vuelvan a creernos, incluso si hubiéramos hecho la trampa una sola vez ( por un perro que maté, mataperros me llamaron ). Al que abusa de la fe ajena se le pone cruz y sambenito.

«Las trampas salen palancas».

Y no nos engañemos, España las ha hecho. Están a la vista. Las hicimos con manga ancha en los deportes y con manguitos de contable zurdo en la economía. Ahora nos lo miran cada día con lupa peritos extranjeros y expertos respetables y no dejan de pintarnos bastos donde había oros... ni de preguntarnos por qué nos cantan los golondrinos del sobaco con gárgaras de nandrolona y clembuterol.

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