Diario de León

CORNADA DE LOBO | PEDRO TRAPIELLO

Yo, pecador

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León

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Soy fumador y seguramente tendré la quilla y las entrañas calafateadas con brea como el maderamen del casco de un viejo barco.

Soy peatón y seguramente tendré los bronquios tuneados y lacados con los metales, gases, monóxidos y carbonillas que pedorrea una marabunta de coches a mi alrededor, esos que no censan en dar vueltas a toda hora emitiendo humos y pestes aún más dañinas que el tufo del tabaco... y además, en una proporción de mil cigarrillos al minuto por cada vehículo en marcha.

Soy gente de dos comidas al día y seguramente en alguna ocasión me servirán carne con dioxinas, papayas con ddt o gambas con nitroglicerina... y entonces se me desarreglará el sistema hormonal o endocrino y me crecerán detrás de la oreja setas de cardo o tetas de aluminio, a saber.

Soy vecino de una ciudad a la que llegan haciendo sopa en el aire las emisiones en bruto de cementeras, térmicas, crematorios, industrias de todo tipo, efluvios químicos de antibióticos o basuras quemadas impunemente por todo lugar que me añaden otra propina letal a las breas propias, quizá para que mi pulmón se vaya haciendo a la idea de un pulmón de acero.

Soy ocasionalmente montañero de bajura y me gusta beber en los altos manatiales de peña que fueron siempre emblema de la pureza y de lo cristalino, aunque es probable que estén meados por metales en suspensión y por la lluvia ácida que provocan todas las centrales térmicas cercanas y lejanas, lo que no es buena noticia para el agua ni para mi hígado.

Soy gente en cuya casa se acumulan, según los expertos, más de tres mil elementos o composiciones químicas diferentes entre productos de limpieza, fármacos, alimentos o materiales que multiplican hasta el infinito la posibilidad de combinarse entre sí... y nadie sabe decirme qué efectos me causará el tomar a la vez amoxicilina para la gripe, restos de detergente en la vajilla, estabilizante de conservas en una ensalada y aspirar los efluvios de un limpiador abrasivo de retretes.

Sin embargo, ¿por qué alguna gente (de buen modo) y el Estado (de mal grado) se empeñan en decirme que todo mi problema es el tabaco?

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