A LA ÚLTIMA
Susana Olmo
C ada vez con más frecuencia me doy de bruces con la muerte y entonces mi mundo se conmociona, se trastoca, se inunda de dolor y de perplejidad. Incluso cuando es una muerte anunciada como la de Susana Olmo -periodista, amiga, confidente, compañera de tantos momentos inolvidables-, me sorprende, me paraliza quizá porque aún a sabiendas de que es un hecho natural, o tan natural como abrir los ojos a la vida, nunca estamos preparados para aceptar que alguien que ha formado parte de la tuya, de tus vivencias, desaparezca para siempre.
Me ha ocurrido con Susana (Susanita para las amigas), a quien conocí hace ya muchos años, cuando empezaba a despuntar la Transición, cuando todas nosotras (Julia Navarro, Amalia Sánchez Sanpedro, Mercedes Jansa, María Antonia Iglesias, Anabel Díez, y yo misma) tuvimos la enorme suerte de estar en el lugar apropiado, en el momento justo. No sé si en aquellos años fuimos conscientes del regalo que nos hacía la vida por permitirnos estar en la primera línea de un cambio que varió la historia de nuestro país, y también la nuestra. Supongo que no, porque éramos demasiado jóvenes y porque estábamos enfrascadas en bebernos la vida a grandes sorbos, realizando un trabajo que nos apasionaba .
A la Susana de sus primeros años como cronista política y parlamentaria de la Agencia Colpisa la recuerdo risueña, irónica, despierta, meticulosa, escribiendo siempre con letra primorosa, en unos cuadernos que le han acompañado allí donde ha ido y en los que anotaba cuanto ocurría a su alrededor y, que de publicarse, nos darían una visión lúcida y diferente de todo cuanto aconteció entonces, hasta el momento en que la enfermedad le obligó a parar en seco. Treinta y cuatro años después, Susana nos ha dejado, se la ha llevado un cáncer de pulmón, contra el que ha luchado durante año y medio como siempre hizo, con coraje, sin perder su sonrisa ni su ironía, llamando a las cosas por su nombre y afrontando la enfermedad como una nueva oportunidad de tener a la gente que quería a su lado.