Diario de León

Diario de una aventura

¡Estamos locos!

Hay que estar muy mal de la cabeza para volar en globo sobre el Amazonas. ¡No hay donde aterrizar y lo hemos sufrido en nuestras propias carnes-¦!

Calleja, en uno de los globos sobre el río Negro.

Calleja, en uno de los globos sobre el río Negro.

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León

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Os preguntaréis el porqué del título de esta crónica. Pues porque es la única verdad: locos hay que estar para volar en plena selva del Amazonas. ¡No hay donde aterrizar y lo hemos sufrido en nuestras propias carnes...

Nos toca uno de los vuelos largos para testar los globos con mucha carga y de paso este día me servirá para hacer acercamientos al suelo... quise decir a los ríos o las copas de los árboles, para practicar mis futuros estrellamientos. Aquí casi nunca se aterriza. Lo que parecía un juego casi termina en tragedia... El día, fantástico; despegamos sin novedad, el globo asciende suavemente y a medida que ganamos altura el paisaje es único. Se ve la selva magnífica, infinita, con cientos de ríos y afluentes por todas partes. El agua es de color cobre desde el aire. La selva parece irreal, increíble e incomprensiblemente gigante. Cruzamos islas, selva, ríos y continuamos el curso hacia el oeste, cuando Ángel me dice que sólo nos queda botella y media de gas, de las seis que tenemos. Ángel cambia el gesto de relajado por el de ¡en guardia! Ahora hay que pensar en descender, llevamos dos horas volando, y sin duda ya nos hemos convertido en los segundos en el mundo que más kilómetros y tiempo vuelan en la selva del Amazonas, así que ya es un récord. Ahora hay que buscar dónde aterrizar, y esa es la cuestión...

Yo sigo pilotando, porque Ángel no quiere que suelte los mandos y siga practicando a pesar de que tendría que hacerlo él, pero está forzando mi curso: en sólo dos días más tendré que volar solo el globo, lo que se conoce como la suelta. Nos coordinamos con el otro globo, y para desgracia de ambos globos, no hay más que aguas del río Negro, o la pura selva con árboles de 40 metros, así que está claro: hoy nos estrellaremos con control... Deciden por radio que sea en el río Negro. Estamos muy lejos de la aldea Cuieira, y hay que estrellarse-¦

Empezamos nosotros suavemente y después lo hará el otro globo, para ayudarnos entre todos. Después damos coordenadas y posición a nuestro pequeño barco y a las dos voladeras , como se llaman a las canoas estrechas y rápidas. Ellos tendrán que llegar lo más rápido posible, porque se pueden hundir globo, la cesta... y nosotros si no nos rescatan rápido. Nos sujetamos fuerte y llega el trompazo, pedazo de choque contra el agua. En cinco segundos la cesta está llena de agua, nosotros logramos salir, mientras la cesta empieza a rotar, es vital no quedar debajo, porque nos podemos quedar dentro y boca abajo en el río. Algo se me enreda en un pie y sobre todo en el cuello, es la maldita cuerda por la que Emilio salió del globo en vuelo para hacer unas tomas espectaculares, que ahora culebrea salvaje por el agua y se va enredando a todo, entre esos enredos está mi cuello. Sigo casi en el fondo del río pero consigo zafarme de la cuerda y nado hacia arriba con gran dificultad porque la del tobillo sigue enganchada, pero tengo que salir del agua, me estoy ahogando...

Con gran apuro llego a la superficie y grito con desesperación para que me oigan y me ayuden. Se acerca una de las voladeras y en un segundo intento consiguen alzarme en la canoa. Casi de noche alcanzamos la aldea de Cuieira, descargamos todo el material recuperado, con la ayuda de las gentes de la aldea. Al día siguiente veo los dos globos tirados en la pequeña playa fluvial, mojados, rotos y nos preguntamos cómo continuará esta expedición. No tiraremos la toalla e inventaremos lo que sea necesario para continuar. Al menos un globo está a salvo.

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