CORNADA DE LOBO
Casa de comidas
S i no hay cuchara, la comida llega a la mesa viuda y los desconsolados somos nosotros. Si no hay cháchara con la cocinera, la mesa se queda sin sal, la oreja se va triste y el comer no sirvió para aprender. Si en el plato no cayó algo que nos agitara los recuerdos, será otra comida al coleto, un engullir de trámite y vulgar. Pero comer debería ser algo más, aunque no es menos cierto que no todos logran comer todos los días (¡y cómo está creciendo la famélica legión!; antes, había que acordarse del hambriento al bendecir la mesa; ahora es el telediario el que te los sirve a la hora de la comida, pero puedes cambiar de canal).
Comer invita a celebrar que se ha ganado otra batalla más en la guerra cotidiana contra la perra vida. Debería ser una fiesta. Modesta, pero fiesta. Y compartida, pues al igual que bailar solo, «comer solo no es comer» (un solitario ante su plato sólo invita a penas).
Pero antes, y después, del plato está el trato. Sólo desde la familiaridad y el respeto se hace entrañable una comida. Que te traten así enriquece el guiso; y cuando se come por ahí, eso se mira mucho, no es frecuente, hay mucho tío seta (otra cosa es el mesonero servil o el camarero campanudo). Además, el buen trato hace al plato barato (Prada lo borda).
En el Divi tenemos mucho hablado de esto, del trato, y de lo bien que suena el viejo concepto casa de comidas . También lo recuperó el viejo bar Somoza que, por estas fechas, se mete cada año en jornadas de rescate de esa rareza culinaria que es el entrecuesto maragato , espinazo curado con justa chicha y hebra pegada al hueso que hay que ir rebañando a navajina... o relamiendo y royendo .. y riendo o evocando.
Quien de golpe me evoca casa de comidas es Casa Rafa . Resume un aire de viejo comedor de fonda grande, confortable, luminoso, trato afable, servicio ágil... siempre hay concurrencia, familiaridad... y parroquia adicta, porque lo que llega al plato es cocina rotunda, tradicional y esmerada, la que pide volver.... y una curiosidad: no hay carta, nadie la pide, se recitan los platos del día, no hay precios, nadie los pregunta y se van con un ¡hasta pronto!... ahora sabes por qué Raúl, el siete, sólo viene aquí si anda por León.