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Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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N o hay que esperar a la muerte para que el corazón y la razón paguen lo que deben al que se va. Solemos hacerlo así porque nos sale más barato saldar deudas con dos palabras tardías o quizá con una lágrima en el adiós y literatura en el obituario.

No quiero esperar un adiós a Antonio Viñayo, ni dárselo aquí ni ahora ni en letra de luto... sólo deseo que los cielos ordenen que sea pasajera la postración hospitalaria en la que anda últimamente... no quiero ese adiós, ni que falte Viñayo en nuestro paisaje leonés de los respetos, cada vez más achicado o invadido... es por puro egoísmo: no podemos permitirnos el lujo de perder el brío, el saber y la bonhomía que siempre le ha venido echando el viejo abad a todo lo que le encomendaron o se encomendó, a su colegiata isidoriana, a los reumas perpetuos de la piedra románica, a su ministerio o a los misterios de la historia como tutor que ha sido de uno de los fondos documentales clave para entender un tiempo tan bronco, encendido y confuso como la Edad Media española; además, como divulgador histórico, no lo ha habido más entregado a guiar, charlar, conferenciar o publicar buscando el contagiarnos de esa pasión suya por averiguar los pasos que se dieron y las herencias que nos dejaron (es por lo de «no sabrás a dónde tienes que ir hasta que no sepas de dónde vienes»).

Viñayo defendió y agrandó ese legado isidoriano, así que el abad Franches-co no podría tener mejor instructor en conciliar la vida de esa ciudadela espiritual y cultural que es una colegiata con el trajín civil que la rodea y la penetra. Sólo así, con el don de gentes de Viñayo, la colegiata siguió en su sitio y los alcaldes o síndicos en el suyo, dando cabezadas en el atrio, como deben, y tributando al abad un ciriote gordo con retórica algo chusca.

Además, don Antonio, al contrario de tanta garduña de biblioteca y dueños de la memoria, no hizo de ese archivo « mi tesoooro », sino puerta franqueada a toda gente y todo saber que aún se admiran de la hospitalidad investigadora que aquí encontraron.

En fin, don Antonio, que se ponga usted bien, es una orden; hay aquí montón de gente queriendo decirle todo esto, pero a la cara, para que lo sepa.