Meteos mis palabras en el corazón
Liturgia dominical
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
Unas metáforas de gran significado usa este domingo la primera lectura: «Meteos mis palabras (que son de Dios) en el corazón y el alma, atadlas a la muñeca como un signo y ponedlas de señal en vuestra frente». Quieren decir que la Palabra de Dios ha de ser injertada en el entresijo de nuestra vida. Tiene que pasar de ser una verdad fuera de nosotros para convertirse en estilo de vida cotidiano. El Evangelio profundizará en esta necesidad tan consustancial para el cristiano como el mismo respirar.
No bastan las súplicas ni los homenajes al Señor. Este es el sentido evidente del texto que se proclama hoy. Los ritos litúrgicos son capitales, pero no bastan; tampoco otras actividades que en sí mismas se orientan a Dios y que a primera vista parecerían inspiradas para su servicio, como profetizar, expulsar demonios, realizar milagros. Hay que cumplir la voluntad del Padre que está en los cielos y quien no adopte esta actitud se verá tratado como un desconocido que ha cometido el mal. Esta afirmación de Jesús es importante, está siempre de actualidad y debe animarnos a pensar. Quien actúa según lo que aquí enseña Jesús, quien busca y trabaja por cumplir la voluntad del Padre, edifica su casa sobre roca. Nada puede derruirla. Por el contrario, quien no atiende esta Palabra edifica sobre arena y su casa se vendrá abajo con estrépito. La ilusión de pensar que basta con hablar de Dios y cumplir una serie de ritos religiosos para estar en camino de alcanzar la salvación es un funesto error contra el que nos avisa Jesús. Nos previene de esa fatua vanidad de creernos ya en posesión del reino por estar bautizados, haber recibido la primera comunión, pronunciar mucho el nombre de Dios, practicar unos sacramentos... ¿No está este pasaje evangélico en contra de esas estadísticas sociológicas que clasifican a las religiones por los miles de millones de personas que tienen «apuntadas»? Resultará que toda religión es nada, si le falta lo fundamental: las obras.
Es posible que nuestro cristianismo haya crecido al margen del evangelio, al haberlo fundamentado en una serie de pensamientos más o menos racionales ¿Servirá este pasaje para revisar y reformar lo que haga falta? Es necesario que descubramos, antes de «aquel día», que el evangelio del reino es mucho más que ser fieles a unas normas de comportamiento externo, porque implica un cambio profundo en el interior del hombre y en toda la vida social. El momento de hondas transformaciones que vivimos es favorable a este cambio de rumbo. Asumamos el momento y comencemos -”o continuemos-” por donde siempre debimos caminar: por el estudio atento y sincero de las enseñanzas de Jesús y su puesta en práctica. Todo lo demás puede ser hojarasca... Tenemos la Cuaresma a las puertas, buen tiempo para todo esto.