A LA ÚLTIMA
Carlos y Camila
N o es la primera visita que Carlos de Inglaterra y Camila Parker realizan a nuestro país, pero si la primera que lo hacen como marido y mujer, de manera oficial, lo que ha desencadenado una serie de rumores en la prensa londinense, acerca de la posibilidad de que su madre, Isabel II, pudiera abdicar, no tardando mucho tiempo, debido a la avanzada edad de la Reina, y a la buena acogida que esta decisión tendría entre los británicos. Que han pasado de considerar al Príncipe de Gales como el causante de todos los males que aquejaban a la monarquía inglesa , a apostar claramente por él, por delante incluso del Príncipe Guillermo, su hijo.
Lo que viene a demostrar que el tiempo todo lo cura. Qué quienes pensaron que el mito de Diana de Gales sobreviviría por los siglos de los siglos, se equivocaban, por una sencilla razón: son muchos los esfuerzos y el dinero empleado por Carlos de Inglaterra para conseguir que la opinión pública británica aceptara su relación con Camila, como algo normal, y a ella como la persona serena y madura que es. Nada que ver con la madre de sus hijos, por supuesto, pero de la que siempre estuvo enamorado, y con la que no se casó antes por los prejuicios de una sociedad que creía que los cuentos de hadas todavía eran posibles. O lo que es peor, que una joven como Diana aceptaría de buen grado la relación de su marido con otra, relegándole a ella al papel de madre y esposa oficial. Un papel que ella se negó a interpretar, porque las dianas de turno han dejado de ser los floreros de una institución, la monarquía, que o cambia o se va al traste. Y decidieron cambiar.
He tenido ocasión de conocer personalmente a Camila. Es cierto que a primera vista no tiene nada de especial, es más, me pareció una campesina, de las que tanto abundan en Inglaterra: entrada en kilos, sin una gota de maquillaje en sus rosadas mejillas, ropa informal cogida al vuelo, amable y simpática con todos los que se acercan a saludarla, pero que tiene a su favor una gran seguridad, la que le da saber que el hombre que un día reinará en Inglaterra, bebe los vientos por ella. Y eso me agradó, lo confieso.