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Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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Me acordaré siempre de los libros viejos y papelotes que se fueron al fuego en el convento de las dominicas de Caleruega cuando estrenaron una gloria en la sala de reunión. Se aprovechó la obra para reordenar el sitio y su vieja librería de armarios, depurándola al fin de libros impropios o inútiles. Se hizo con ellos un montón. Allí los vi como en vísperas de patíbulo, resignados al fuego. Seguramente, no eran libros de especial valor, pero algunos tenían siglos en su lomo y tanta vejez exige un respeto o una cautela. El libro que me regalaron se libró de calefactar la estancia. Hubiera sido de los primeros en bajar a la gloria porque es puro tocho, galeradas de jurista y sentencias del Santo Oficio dictando embargos, destierros y otras penas contra gentes que se llamaban casi siempre Samuel, Jacob, Moisés... nombres judíos que allí pringaban hacienda o latigazo. Supongo que habrá por ahí otros ejemplares como este y que su interés sea relativo, pero es un libro que logró sobrevivir trescientos treinta años. Una heroicidad así debe premiarse y prolongarse.

Me vino a la memoria todo aquel desecho de biblioteca que iba a arder en esa gloria burgalesa al leer algo sucedido en otro convento, también del siglo XIII, también de dominicas, en Toledo, monjas de severa clausura y vida rezada... y también con su buena biblioteca y archivo, un notable fondo documental con más de tres mil libros y pergaminos históricos. Cuando entró el ordenador en ese convento, ese patrimonio dijo ¡albricias!; gracias a una monja internetera (la que se piró de ese convento y anda hoy con su escandalera en feisbuc ), se clasificaron, se escanearon y se dieron a conocer.

Contaba esa monja que, al remover y documentar aquellos fondos, se encontró con que algún bibliotecario de siglos pasados había escrito una admirable advertencia en algunos legajos y libros: No sirve, pero como no come pan, guárdese para noticia . Es decir, no lo quemes, fata, no lo destruyas ni vendas, no estorba. Así pudieron llegarnos.

Malvender o desbaratar patrimonio documental es un crimen, aunque al menos seguirá vivo, pero quemar un libro sólo puede hacerlo un imbécil, un ignorante o un tirano iluminado.