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Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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P ara complicar aún más la identificación de cada cual, diré que tengo otros dos hermanos que también escriben (además de Andrés, que lo escribe todo como bien se sabe). Uno se se llama Luis, profesor de Filosofía en Valencia y secretario sindical de política educativa en aquellas huertas, tiene numerosas publicaciones ( Logo para legos: Antropología, La filosofía como desfile de modelos, La ética patética ...), es tribunista de El País valenciá, siembra artículos en revistas de su disciplina. Sabe lo que dice y lo que dice lo escribe. No es nada fácil rebatirle o discutirle.

Luis es el mayor y le sigue Jose, después va el menda, Andrés... y Seve, pintando (somos nueve); nos llevamos poco más de un año entre nosotros.

Jose también escribe. No se prodiga en publicar, depura mucho y sus libros tratan de lo suyo ( El esplendor de la vida contemplativa, San Agustín, Misterio de liberación: el oficio del exorcista... ), porque resulta ser fraile dominico, fue profesor en Córdoba, misionero y prior en Guate , párroco rural en Cármenes, novicio trapense en Osera y hoy capellán de las reverendas de Belvís en Santiago (y ya que está allí, el Vaticano le nombró hace tres años Exorcista Oficial de la diócesis de Compostela). Pero entre sus tareas y escrituras le queda algún tiempo que esta vez ha dedicado a trenzar una obrita sensacional que se recrea más por la senda del diccionario que de la teología y en la que juega con las palabras más que con el Verbo, que es lo que hay que hacer con las palabras, creo, jugar con ellas sin creerlas tanto, pues al fin y al cabo las palabras son sólo un mapa, no la tierra que describen.

Esta pequeña obra tiene mérito, pero Jose, modesto y descalzo, pasa de figureos y sólo hizo cuatro ejemplares de impresora: uno para la madre, Laurita, otro para este que lo cuenta, otro para él y el último para guardar. Lo tituló El desván de las palabras . Qué curioso, le dije, Andrés publicaría ese año El arca de las palabras (para mí, su mejor libro; y juega también con el diccionario, pero de otro modo). Me admiró la concidencia: ninguno de los dos sabía del trabajo del otro. Decidí entonces hacerle una gran faena a Jose. Y no me la perdonará. Lo cuento mañana.

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