Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

En la beatificación del papa Juan Pablo II se ha repetido de nuevo una frase bien conocida: «¡No temáis! Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo». La hemos visto colgando entre las columnas de Bernini que abrazan la plaza de San Pedro. Y la leemos en las estampas de recuerdo que nos han traído de Roma los amigos.

Como sabemos, en esa misma plaza y con esa misma frase se dirigió a los fieles el cardenal Karol Wojtyla, apenas elegido como obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal. Durante su largo pontificado, Juan Pablo II habría de repetir una y otra vez esa vibrante exhortación.

La primera parte de la frase tiene un eco profundamente evangélico. Los griegos temían a sus dioses. El «pánico» era el temor que el dios Pan desencadenaba entre los rebaños y sus pastores. En cambio, desde la anunciación a María hasta los encuentros del Resucitado con sus discípulos, los textos evangélicos repiten una y otra vez las palabras «No temáis».

Si esa exhortación había de ser significativa en algún tiempo, se puede decir que ésta es la hora de escucharla con los oídos del corazón. Los seguidores de Jesús parecemos demasiado amarrados por el miedo. Miedo a la persecución y al ridículo, miedo al fracaso y al aburrimiento. Miedo a la cruz, al fin de cuentas.

La segunda parte de la frase de Juan Pablo II nos recuerda una de las frases de la carta a la Iglesia de Laodicea, que se encuentra en el Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20).

Sin duda recordamos un pequeño cuadro de Hunt, que se encuentra en uno de los grandes colegios de Oxford. Jesús está llamando a una puerta que permanece cerrada desde hace tiempo, a juzgar por las hierbas que han crecido frente a ella. Pero no hay un tirador para abrirla desde afuera. La puerta ha de ser abierta desde dentro.

Juan Pablo II invitaba a los católicos a abrir de par en par las puertas a Cristo. En los últimos dos siglos son muchos los que han pensado que la fe podría ser un obstáculo para su propia realización. Dios ha sido visto como enemigo de la causa humana. Y Jesús ha sido presentado como el gran engaño del mundo.

Cabe preguntarse cómo y por qué ha nacido esta «cristofobia» en la sociedad occidental y especialmente en la europea. Y nadie se lo ha preguntado con tanta fuerza como Weiler, profesor de algunas prestigiosas universidades norteamericanas. Quizá haya que añadir que Weiler no es un cristiano amedrentado, sino un judío coherente.

Abrir las puertas a Cristo, significa escuchar su mensaje, meditarlo y convertirlo en guía para la vida personal y social. Abrir las puertas a Cristo no significa tratar de imponer la fe religiosa como pauta de gobierno a una sociedad laica. Pero significa, al menos, reconocer que la fe en él lejos de alienarnos, nos lleva a alcanzar la paz y la justicia.

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