EL PAISANAJE
Ojo por ojo
No es el caso, porque Osama bin Laden dejó a muchos miles ciegos y tuertos antes de palmarla. Y este singular oftalmólogo tenía a bastantes más en lista de espera después del 11-S y aquella demolición de las Torres Gemelas a lo kamikaze, con perdón de los japoneses que creen en el noble código Fushido. En todo caso la muerte a bala de Osama con un tiro en la cabeza da qué pensar sobre el destino de los fanáticos Y para pensar bien.
Queda un poco lejos este país con cinco millones de parados, pero menos es nada. Casi todo el mundo está de acuerdo en que mejor así, pero no faltan cretinos que califican la muerte de Osama de asesinato premeditado por el gringo Obama, Barak Hussein Obama para ser más exactos haciendo honor a su padre keniata, que también tuvo tres o cuatro mujeres hasta topar con la americana madre del presidente desteñido e ídolo de Leire Pajín, la rubia resultona de los superencuentros planetarios con Zapatero. Pero, a lo que íbamos, el óbito de Osama es, en todo caso, algo de agradecer a Alá, el clemente y misericordioso, según se lee al comienzo de todas las suras del Corán.
Tengo un amigo madero de izquierdas que insiste en que lo que el deceso de Laden fue un crimen. Tampoco digo yo que, si lo hubiera hecho Bush, no se habría montado una intifada de cineastas progres y no hay manera de convencerlo de lo contrario. «Mira, macho», le dije ayer a la hora de los vinos en la terraza de la ley antitabaco, «a mí me gustan las películas del oeste, porque desde el principio sabes quién es el bueno y el malo». Que luego se lien a tiros por quién pague la ronda es lo normal.
De las tres religiones del Libro (la Biblia), a saber, la judía, la cristiana y la de Mahoma, personalmente me cae simpática la primera y eso que tengo la nariz chata. Raza por raza no hay como el original y lo demás son copias. Algún pariente macabeo lejano deberá de tener también el americano Obama cuando disfrutó, según dicen, con la ejecución en directo de Osama gracias a la cámara web que un marine llevaba en el casco de batalla. Lo que hubiera dado un servidor por estar en ese festival de eurovisión.
Es curioso que en la cultura del Barrio Húmedo, donde me crié de joven, le llamen matar judíos a beber limonada hasta que te salga por las orejas. Qué quiere usted que le diga, aunque lo prefiero a bajarme al moro, con permiso de Almodóvar. Dicen que el cadáver de Laden ha sido arrojado al mar en un lugar ignoto para que los fanáticos islamistas no hagan de su tumba un templo de peregrinación. Podría ser, pero tengo un cocker de nombre Duque, perro sabueso de aguas donde los haya, que no se lo cree. El olfato también es mío, así que le dije «esto me huele mal».
Desconozco por qué Bin Laden, «bin» significa «hijo de», como Ben Gurion su enemigo del alma y raza o el argelino Ben Bela, luego bautizados de «bin» a la americana por lo de la pronunciación en espanglis, la había tomado con los cristianos. A fin de cuentas en el Corán también se lee que el segundo profeta, después de Mahoma, es Jesucristo. Por eso el turco Saladino, cuyos tataranietos se han hecho ahora de la Otan, al tomar Costantinopla mandó borrar todas las imágenes menos las de Jesús, el profeta del amor, y las de su madre Marián. El que quiera comprobarlo puede preguntar en la sección de viajes de El Corte Inglés a Estambul, basílica de Santa Sofía, y si no puede y está en paro que se instruya por la segunda cadena de televisión de Zapatero, alianza de civilizaciones, no te jode.
Hay un detalle en el fallecimiento de Osama que no debería pasarle desapercibido a Leire Pajín ni a Biviana Aido. Al parecer el moro se escudó en sus momentos finales detrás de una de sus cinco mujeres. En el Corán se reza que con la tira de camellos como él, o sea una superempresa familiar de contrata de obras en Arabia Saudí, se puede tener hasta cuatro mujeres. Por lo visto a éste le sobraba una. Feliz país aquel con pleno empleo.
La diferencia entre Laden, por ejemplo, y un Papa es la distinta perspectiva sobre las señoras, como me dijo ayer la mía. Llegado a Ruanda, Burundi o no recuerdo qué poblacho africano salió a recibir a Juan Pablo II, escalerillas abajo del avión, el típico rey tribal negro con su veintena de mujeres y no menos de sesenta hijos. Aquello sorprendió en no pocas televisiones occidentales, algunas de cuyas corresponsales feministas hasta se escandalizaron.
Indulgentemente se limitó a comentar el ahora beato a su entonces secretario, el español Joaquin Navarro Valls: «estamos en el Antiguo Testamento».