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Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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Los contendores de basura huelen a podrido y agrio porque se pudre en ellos un delito, comida tirada, pan que insulta y mata por la espalda al hambriento lejano.

Tiramos un tercio de los alimentos, denuncia un reciente estudio demoledor de la FAO. Los países desarrollados comemos más de la cuenta, cebamos nuestra abulia con sofá y tele, compramos con mano rota, comemos con los ojos y en el fondo del frigorífico nos caducan los caprichos o la abundancia para que acaben dando finalmente un salto olímpico desde la tercera balda al cubo de la basura, a veces sin haberse siquiera desprecintado.

Toda esa comida, esas montañas de alimentos, se las damos a comer a la tierra y al plástico o a los cientos de vertederos al aire donde toda una tropa variopinta de pájaros y fauna oportunista ha encontrado un festín que la naturaleza les negó por norma y ahora se lo regala esta sociedad que persiste en nadar en la ambulancia .

Hay basureros, como en Manila, que da de comer, además de a muchas especies, a cientos de filipinos que chabolean junto a él para madrugar con las primeras luces y ser los primeros en escabar entre la mierda y los desperdicios. Allí la basura es de casa pobre mayormente y, sin embargo, siempre hay algo que les vale o aprovecha. Críos y familias enteras huronean entre las montoneras de residuos... Es lo aquel sabio pobre de Calderón que lamentaba comer sólo hierbas hasta que vio tras él a otro aún más mísero que iba recogiendo lo que él tiraba. Cuando llega un camión a volcar su carga pestilente hay un remolino de gentes alrededor como gaviotas guarras y voraces. Se tapan la cara con mascarillas o pañuelos y a veces se pegan entre sí disputando un miserable botín. Es la virtud de la miseria, hacer miserables.

También por aquí se ven gentes con carritos anticipándose a la recogida de la basura y revisando cada contenedor. Buscan algo que valga, cartones, trastos reutilizables, chatarra... y algunos, comida, sólo comida. La encuentran y no les da asco. O sí. Eligen preferentemente los cubos y contenedores de tiendas y restaurantes. Y esconden su vergüenza en la noche adentro para no morir también de pena.