La ecología del espíritu
Cada día su afán José-Román Flecha Andrés
La explotación de la naturaleza es un tema inquietante para todos. También para la Iglesia. Ya en su primera encíclica, Juan Pablo II denunciaba una comprensión del hombre que le somete a las tensiones creadas por él mismo, «dilapidando a ritmo acelerado los recursos materiales y energéticos, y comprometiendo el ambiente geofísico» (RH 16e).
Durante la IV Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Santiago de Compostela en agosto de 1989, Juan Pablo II decía a los jóvenes: «Estoy seguro de que a vosotros como a casi todos los jóvenes de hoy, os preocupa la contaminación del aire y de los mares, es decir, la problemática de la ecología. Os indigna el mal uso de los bienes de la tierra y la creciente destrucción del medio ambiente. Y tenéis razón. Hay que actuar de forma coordinada y responsable, para cambiar esta situación antes de que nuestro planeta sufra daños irreparables. Pero, queridos jóvenes, también hay una contaminación de las ideas y de las costumbres que puede conducir a la destrucción del hombre, esta contaminación es el pecado, de donde nace la mentira».
En el mensaje para la jornada de la paz del año 1990 el Papa afirmaba que el cristiano percibe y evalúa el presente y el porvenir de la naturaleza a través de su fe, pero reconoce que «la experiencia de este sufrimiento de la tierra es común también a aquéllos que no comparten nuestra fe en Dios» (n.5).
El mensaje considera la crisis ecológica como un problema moral, por la falta de responsabilidad en la aplicación de los adelantos científicos y tecnológicos y por la falta de respeto a la vida que implican muchas actuaciones sobre el medio. Entre ellas, preocupan la investigación biológica, la manipulación genética, el desarrollo de nuevas especies de plantas y animales y las intervenciones sobre los orígenes mismos de la vida humana.
Todo ello exige una revisión de nuestro estilo de vida. Hemos optado por el hedonismo y el consumismo, sin importarnos los daños que causan. La crisis ecológica es el resultado de la crisis moral del hombre, que ha olvidado el valor de la austeridad, la templanza, la autodisciplina y el espíritu de sacrificio. «Hay una urgente necesidad de educar en la responsabilidad ecológica: responsabilidad con nosotros mismos y con los demás, responsabilidad con el ambiente».
Aquel mismo año 1990, Juan Pablo II afirmaba que «el problema ecológico se refiere al mismo tiempo a la naturaleza y al hombre, y no se podrá alcanzar una adecuada defensa del ambiente sin promover al mismo tiempo una acertada ecología del espíritu».
Esta categoría de la ecología del espíritu es importante. Los valores económicos son importantes, pero más importantes son los valores morales. Si nos preocupa el ambiente, no podemos desentendernos de la suerte del hombre. Si su espíritu encuentra la verdad y el bien, todo el mundo se beneficiará. Nos importa la casa del hombre, pero más todavía el hombre de la casa.