Diario de León

CORNADA DE LOBO

El cielo de la Tuli

Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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Necesitamos la ilusión para que la realidad cruda no nos tabique la boca. Necesitamos crear lo que no vemos (eso es la fe, según Gustave Thibon, crear , y creía) para que la luz de la evidencia no nos deje ciegos el último día. Necesitamos a Dios para irnos absolviendo pecados y aplazar cómodamente nuestro juicio hasta el final. Y necesitamos también a Stephen Hawking para no buscar el Paraíso en ese cuento de hadas en que convierten el Universo los que le tienen miedo a la muerte . Ha vuelto a declararlo el eminente científico el día 8 en una entrevista en The Guardian que ha desatado una vez más la controversia incendiando internet con polémica y cantazo digital. Hawking no encuentra a Dios ni en los agujeros negros que todo lo engullen y nada devuelven. Sostiene que el Cosmos no necesita un dios para generarse y explicarse. Y que nuestro cerebro es como un ordenador: genial, pero cuando se muere se apaga y san Sejodió fue el día.

Dicen unos que Dios, aunque no existiera, sería preciso inventarlo, pues la idea de un ser superior es lo único que puede poner paz y orden en esta vida salvaje que nos traemos. Otros aseguran que los dioses los creó el hombre precisamente para poder guerrear y robar tierras ajenas matando gentes en su nombre sin senitr culpa por ello y celebrando como Dios manda tanto poderío, esto es: con violaciones, degüellos, saqueos y desfiles... y asistidos lógicamente por el brujo de la tribu o el capellán del batallón.

La fe de la gente llana, sin embargo, es fe cierta: creen, les consuela y fortalece saber que después de esta perra vida el cielo premiará su desgracia. Se arrodillan emocionados ante budas, dioses, vírgenes, santos o profetas. Necesitan que haya otra vida porque en esta se tiene siempre muy mala suerte.

Hawking dice que la vida hay que disfrutarla. Y hacer cosas buenas. La bondad es el dios humano de la gente que no necesita un cielo que premie sus obras. Hasta puede haber un cielo de animales, insinuó el papa Wojtyla. Y aquí es donde Sócrates se apunta: que le lleven al cielo de los perros; allí estará la Tuli, su amor canino, qué perrina. Piensa que el cielo de los hombres tiene que ser muy aburrido.

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