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Publicado por
ANTONIO NÚÑEZ
León

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Q ue me perdonen los parientes y amigos de la ribera del Órbigo, pero a mí Zapatero siempre me recordó al Cristo de la fiesta de Benavides. José Luis llegó a secretario general del PSOE de forma improvisada, después de que Almunia se descuageringara en unas elecciones, y a presidente del Gobierno cuando los bombazos del 11-M. En Madrid no lo conocía nadie y en su pueblo pocos, aunque luego fuera aclamado aquí en loor de multitudes. Igualico que cuando a los de Benavides se les rompió un brazo del Cristo tres días antes de la procesión de septiembre y llamaron al carpintero. «Tiene mal arreglo», dijo éste, «pero he visto un árbol que podándolo un poco y pasándole la garlopa podría servir de crucifijo». Dicho y hecho, salió la procesión y todo fueron rogativas y fervores hasta que al llegar a la plaza de los Ocho Caños un viejo irreverente miró con fijeza al Cristo júnior y le espetó: «Yo a tí te conocí de ciruelo». Sobre poco más o menos eso mismo pienso yo.

Cunde el excepticismo zapateril incluso entre sus propios meapilas, pero a buenas horas. El batacazo del otro domingo fue tal que ya están buscando otro ciruelo para las próximas elecciones. A contrarreloj. Muchos están de los nervios y repiten como tartajas lo de «congreso y primarias». No es para menos, porque se van a quedar en la puta calle decenas o cientos de miles de profesionales de la política que vivían del partido -”y como dios-” mientras duró esta romería de siete años. La duda para ellos es cuántos van a seguir cobrando en la oposición, donde los sueldos son habas contadas. El país, por el contrario, se pregunta quiénes de ellos van a pagar los platos rotos, visto que, oiga, no vea usted cómo ha quedado la vajilla patria.

El paisano todavía presidente ascendió a La Moncloa después de las mochilas del 11-M en circustancias nada aclaradas y de la mano del sacristán Rubalcaba, que ahora de campanero toca a rebato para los que sólo piensan en sálvese quien pueda. Zapatero negó la crisis y se puso a atizar los rencores de la guerra incivil, convirtiéndose a sí mismo en un héroe que ni siquiera hizo la mili. Por cierto, Aznar tampoco. Y enfrentando a gais muy respetables con la mayoría del personal, que también merece un respeto, o a chorvos contra chorvas en la parida de la ley de paridad, cuando siempre nos habíamos llevado bien de solteros en el baile de los Cirolines y, como es natural, también después en las relaciones extramatrimoniales. Te prometía tres mil euros por un hijo, pero antes te los quitaba con la ley del aborto o la píldora del día siguiente. En fin, un trilero.

No sé de qué se extraña tampoco el alcalde de León, Paco Fernández, al que ha barrido el popular Emilio Gutiérrez, tan popular que sólo lo conocían en Cistierna y alrededores del PCE. A un servidor le parece lo clásico desde la lógica marxista y del sentido común. ¿A quién se le ocurre con cuarenta mil parados en la provincia hacer de un tranvía decimonónico -”y a peso de oro-” el proyecto estrella de un próximo mandato? Como mínimo es para descarrilar en el obrerete barrio ferroviario del Crucero, donde también quería poner un fastuoso palacio de congresos y exposiciones. Sería de la mugre, aunque no falta en su partido quien opina que, de ser Zapatero, volvería a ponerle las vías a esos desgraciados desagradecidos que no le dieron ni un voto. Respecto a los carriles bici y tal y cual de la calle Fernández Ladreda y otra zonas de la ciudad consulte usted con este clima al servicio meteorológico por aquello de si el chaval tiene que llevar cadenas.

Han sido tantas, tan grantes y caras las mamarrachadas de José Luis y su tropa local que lo raro es que les haya votado la familia. La prueba del nueve son los resultados. Se desconoce cómo acabará el pifostio socialista aquí y allá y si a Zapatero le queda todavía un año. Toquemos madera. Puede que lo eche el PP en marzo o los suyos antes. Estos últimos barajan dos opciones con muy mala hostia: si no dimite pronto, largarlo, y, si lo hace, aplicarle la ley de fugas. De cualquiera de las dos formas sería preferible que no volviera a León como ha prometido. Puede que también haya mentido en esto, pero se le ruega encarecidamente que incumpla esta promesa para no sentar precedentes.

En cualquier caso tendrá dos graves problemas que resolver Mariano Rajoy cuando llegue a La Moncloa. Uno, arreglar un país devastado por la incompetencia de su predecesor. Y, dos, repintar las habitaciones de los niños, que ahora están todas de negro, según Obama, después de la famosa foto de la familia Zapatero en la Casa Blanca.

A ver si se acaba esto.