CORNADA DE LOBO
Un sietecolores
C uando un chino en China sale de la cárcel, suele acudir a la vieja costumbre de comprar un pájaro en su jaula... y soltarlo acto seguido al aire de la libertad. Nadie sabe más de libertad que quien la perdió.
A veces me tentó hacer lo mismo con mi jilguero al salir de la cárcel de los días, pero sabiendo que me encerrarían de nuevo a la mañana siguiente, he ido aplazando la decisión sin saber que el pájaro, pajaródicamente , me lo agradecía una enormidad. Menos mal que no lo hice. Habría sido su sentencia de muerte. Fuera de su jaula, de nuevo en su «soñado» medio natural, es probable que viviera poco tiempo más, aún siendo una especie que se desenvuelve en estos climas y rigores estupendamente, como sus primos carnales el pardillo, el lúgano y el verderón.
En su campo y albedrío vive el jilguero de dos a cinco años, pero entre barrotes, con alpiste y lechuguita, puede llegar a vivir diez o doce, qué paradoja; la diferencia es bárbara y la elección, pues, no tiene duda: se apuesta por vivir. El mío tiene seis años, está en su mitad, y eso equivale a « solterito y cuarentón, qué suerte tienes, cabrón» .
El otro día le sorprendí vacilando con una jilguera que se posó en el balcón junto a su jaula. Nunca vi tal cosa, aunque el jilguero no desdeña cercanías humanas o jardines. Lamenté cortarles el rollo, pero al cabo de unas horas fueron siete los jilgueros que se acercaron a conocer al cautivo y a darle palique desde la barandilla balconera.
El jilguero es el pájaro más guapo de estos derredores. No lo discutas. Le llaman sietecolores en Palencia; y por ahí, cardelina, colorín, pintadillo o golorito. Lo vivaz de su disfraz es paleta de pintor. Los libros dicen que en Europa hay doce especies de ellos; el español es el más grande y con un bello canto que tiene gramática, fraseo y códigos.
No sé cómo andarán estos Leones de jilgueros. Veíamos buenos bandos invernales cuando de críos los cazábamos con liga en las Eras de Renueva. Supongo que siga bien la especie si se permite su captura (soltando las hembras). Es la única caza en la que la pieza no muere, sino que se gana seis u ocho años más de vida regalada, cosa que jamás habría soñado. Y parece que lo celebra. Se despepita cantando.