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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

El Corpus, tan enraizado en España, ayuda a comprender un poco mejor el sentido de la Eucaristía y sus exigencias en la vida. La Eucaristía es el recuerdo que actualiza aquel gesto de entrega total que fueron la vida y la muerte de Jesús. En la Eucaristía Jesús se nos entrega plenamente, hasta el punto de que podamos vivir de él. «Por él», como nos dirá el Evangelio.

Por tanto, cuando celebramos la Eucaristía, si queremos que nuestra acción tenga sentido, debemos apropiarnos más este gesto de entrega de Jesús, que, si no se queda en puro sentimiento, se traducirá en una vida de servicio humilde y eficaz. Por eso es también el Día de Caridad, de Cáritas. Podríamos decir que la vocación del cristiano, a semejanza de la de Jesús, es poner en el mundo el máximo de amor posible. Vencer el mal con el bien. Esta es la única solución del cúmulo de males que sufre el mundo. Solamente el amor puede arrancar el mal de raíz, porque sólo él puede transformar el corazón de las personas. Por eso la revolución del amor es la más radical.

El Corpus viene a recordar que la fuente de la vida sólo se halla en Dios, que se hace presente por Jesús en la Eucaristía. Los cristianos de hoy necesitamos recordar esta verdad, porque contagiados del materialismo que nos rodea, podemos llegar a creer, también, que la vida (la felicidad, la plenitud personal, la seguridad, la paz...) puede fundamentarse en nuestra fuerza, poder, capacidad de trabajo, sabiduría política, armas o dineros. Por eso en este día se nos recuerda que sólo en Jesús está la verdadera vida, sólo quien come su carne y bebe su sangre tendrá verdaderamente la vida. Sólo desde la unidad del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, construida por la Eucaristía, llegaremos al fondo último de la fraternidad humana. Comer y beber el Cuerpo y la Sangre del Señor exige previamente aceptar a Jesús como Señor de la propia vida y decidor firmemente que queremos compartir con Él Cruz y Muerte, para poder compartir también Resurrección y Vida.

La vida de Jesús es también vida en los hermanos. Bebemos de un solo cáliz, comemos de un solo pan y, por la vida recibida, formamos un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Es mucho más que una hermandad de raza, de amistad o de sangre: es la hermandad vital de los miembros que viven de la misma vida en el mismo cuerpo, alimentados por la misma carne y la misma sangre. Una hermandad que exige comunión y solidaridad sin fisuras ni excepciones. En todo y para todos. Porque todos los hombres, incluso los no creyentes, están llamados por Jesús -¡y esperados!- a participar de la Eucaristía. Es fácil deducir las consecuencias prácticas -radicales y perentorias- que estas verdades imponen a nuestras vidas, cuando pensamos en los hermanos más pobres y necesitados.

Todo este misterio de vida y de fraternidad presente en la Eucaristía es lo que celebramos en las misas y en las procesiones del día del Corpus.