Diario de León
Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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M i amor entero... es de la hija de Rainiero... una chica divina... que se llama Carolina ...

Este rock algo pedero lo compuso el cachondo Moncho Alpuente en 1980, justo después de divorciarse la princesa monegasca... toma de la frasca, qué buena estaba la tía, insiste Moncho en su casa de Segovia.

Ahora se casa el modorro de su hermano Alberto II el Apretao y aquí nos hemos puesto todos a volar campanas, a resacar historias o a cotillear ante ese escaparate de fauna guapa y bien envuelta que ahí desfila, ese circo de emperatrices de tramoya y ricachos con olla y bolla. El bodorrio será un filón en la industria del cuché y de la pantalla. Nos bombardearán un tiempo largo con ese Alberto embotillado, pánfilo e incapaz de despertar simpatía alguna (¿qué sabe hacer?, ¿destaca en algo?, ¿para qué sirve un tipo así?).

La Casa Real española decidió no enviar representación alguna al ceremonio monegasco. Nunca sabremos la razón última del plante, pero en los tendidos de sol y de sombra se aplaude la decisión en este lance... y como dos orejas saben a poco, exigen que le corte también el rabo a ese morlaco... siquiera sea por reparar aquella torpeza y maldad que le hizo a España cortándola el paso a una sede olímpica.

Vaya tipo. Y vaya principado. El reino de este Alberto II el Apretao es solamente un casino heredado, un puerto de extraños mercaderes y tratos, una cueva de Alí Babá en cada banco y un putiferio expansivo y sostenible en terrazas y yates... lo demás, fotógrafos, turistas, paganos, tenistas y evasores.

¿Cómo es posible que una cagarruta de estado como Mónaco que no produce nada, ni cultiva saberes, acapare tanta información y campaneo? ¿Por qué se toman en serio a esos príncipes de opereta y esa mascarada de escalinata? Los bailes de salón son su industria y sudan la gota gorda en viajes de placer. Debería ser juzgada su inutilidad por alguna corte internacional.

Pero los cuentos de princesas y princeses son eternos y siguen mojando el subconsciente del pueblo embobado y fantasioso. Acéptese la cruda realidad.

Mientras siga siendo Mónaco una alfombra roja, los fotógrafos no se irán de allí y seguirá el Apretao haciendo caja.

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