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León

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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

Lo mismo que la tutela, la protección del Estado va dirigida a la utilidad no de quien la ejerce, sino de los que están sometidos a ella. Los que se ocupan de una parte de los ciudadanos y no atienden a la otra introducen en la patria una gran calamidad: la sedición y la discordia.

Se escribe que en estos días se ha puesto de moda hablar mal de los políticos. En realidad, los políticos siempre han sido criticados por aquellos que no compartían sus ideales o no habían recibido de ellos los beneficios que esperaban. Así que no es extraño que las críticas arrecien cuando los medios de comunicación social no se identifican con los que gobiernan.

Pero las palabras con las que comienza esta reflexión no son una crítica negativa, sino una orientación positiva para los gobernantes. En realidad subrayan dos importantes principios de la ética política. El primero dice que han de defender los intereses de los ciudadanos, olvidándose del propio provecho. Y el segundo afirma que han de velar por el bien común y no sólo por el bien de una parte de los ciudadanos.

Esos dos principios ya los había expresado Platón en el libro de la República. Y a ellos se refiere Cicerón en el texto aquí citado, tomado de su obra «Sobre los deberes». Una obra calificada por José Guillén como «el código de moralidad más perfecto que nos comunicaron los tiempos antiguos».

En el mismo contexto, escribía Cicerón que «un ciudadano sensato y fuerte y digno de ocupar el primer puesto en la República (-¦) no buscará ni riquezas ni poderío, y se dedicará a atender a toda la patria, de forma que mire por el bien de todos». La honradez personal y el interés por el bien común eran para él las cualidades principales de un buen gobernante.

Sin ánimo de establecer un fácil paralelismo, estas ideas del filósofo nos recuerdan las palabras que Jesús dirigió a Santiago y Juan. Cuando éstos le pedían puestos de honor, el Maestro respondió: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros que sea vuestro esclavo» (Mt 20, 25-27).

Así pues, la razón y la revelación se unen para trazar la imagen y el talante moral de los gobernantes de los pueblos. La preocupación por el bien común y la limpieza y transparencia en sus propios intereses ha de ir acompañada por la equidad en el reparto de los beneficios y de los impuestos.

Ésas son también las claves que se encuentran en la doctrina social de la Iglesia.

Cuando los súbditos se indignan contra los políticos, la incomodidad suele deberse a aquellos abusos y corrupciones que Cicerón trataba de evitar en Roma. Tras el asesinato de Julio César cabía esperar tiempos mejores. Pero él mismo había de pagar con su vida los ideales morales que propugnaba para la vida política.