Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

A lguien ha definido el evangelio de este domingo como el «Magnificat de Jesús». Son palabras importantes de Jesús. Ponen de manifiesto al Jesús que ora. Expresan una experiencia: hace ya tiempo que el Maestro evangeliza y ha encontrado de todo, gente que acoge y gente que rechaza. Muy pronto se da cuenta de quiénes son unos y otros.

Y agradece al Padre que se complazca en que sean los pequeños, los humildes, los que se abran a él. El texto acaba invitando al seguimiento, con palabras amables, dirigidas a los que están cansados de «maestros» que no les conducen a ninguna parte. Él les ofrece el ser personas, les ofrece lo que todo hombre desea: el sentirse precisamente persona, tratado como tal.

Un evangelio que parece expresamente escrito para la inmensa mayoría de nosotros. Nuestras asambleas dominicales las formamos en gran parte gente sencilla. Las palabras de Jesús pueden resultarles especialmente alentadoras. El conocimiento de Dios no es patrimonio de los sabios: ni de los sabios de este mundo, deslumbrados a menudo por la ciencia, ni de los sabios en teología.

Si se tratase de una simple teoría, sería patrimonio de los entendidos; pero, más que teórico, el conocimiento de Dios es un conocimiento experiencial, en el que por encima de todo cuenta la disposición del corazón y que el Padre ha reservado a los sencillos. Y no andemos buscándole muchas explicaciones: «Así ha parecido mejor». Será porque también él es «manso y humilde de corazón» y el conocimiento de una persona exige siempre cierta connaturalidad con ella.

La verdadera sabiduría cristiana no está en proporción con los conocimientos, sino con la experiencia de Dios. Si el conocimiento de Dios desapareciese de la tierra, más que en los libros de los teólogos deberíamos buscarlo en el testimonio de aquellas personas sencillas, anónimas, que encuentran en la fe la fuerza para su vida de cada día.

No se trata de minusvalorar una buena formación en las verdades de la fe. Debemos procurarla y puede hacernos un gran servicio, sobre todo si nos ayuda a ser más sencillos y abiertos a Dios. En el fondo, el cristianismo se reduce a unas pocas verdades muy sencillas, pero muy grandes. Nuestro camino no lo hacemos solos. Jesús agradece al Padre que haya querido dar a los pobres y sencillos, la certeza de su compañía.

Por eso añade esta llamada al corazón de cada uno: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré».

Porque esa es quizá la noticia más gozosa que tenemos en el centro de nuestra fe: el poder sentirnos con la paz que da el amor de Jesús; el poder encontrar, desde nuestro trabajo, desde la lucha de cada día, desde el esfuerzo constante, la certeza de que el Señor nos acompaña, la seguridad de poder orar y ponernos en sus manos. Aunque a veces las cosas sean muy duras.

Porque, como nos dirá san Pablo, «el Espíritu de Dios habita en vosotros».

El Espíritu que conduce nuestra vida, el Espíritu que alumbra en nuestros corazones la fe y la esperanza.

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