Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

A lguien ¿Qué nos dice el evangelio de este domingo? Dice que, al lado del buen trigo, apareció también la cizaña. Dice que en nuestra vida hay esta mezcla de trigo y cizaña. Cuando amamos a una persona, tendemos a verle sólo cosas buenas. Cuando sentimos antipatía por alguien, sólo le vemos cosas malas. Jesús quiere ayudarnos a descubrir el bien y el mal que hay en todos, en los grupos sociales, en la Iglesia, en nosotros mismos, en cada uno de nosotros.

Una visión objetiva de la realidad nos llevará a ver que hay mucho más de bueno que de malo. Claro que lo malo se siente mucho más, es noticia, sale en los periódicos, nos hace daño. Lo que hay de bueno es normal, se cuenta con ello, no hace falta hablar de ello.

Quizá ya es hora de revisar esta actitud y aprender a cultivar el gozo de contemplar las cosas buenas que hay en los demás: promover el sentido de la admiración en contra del ya gastado sentido de la crítica, que aparece como recurrente y que origina malestar. La tentación que sufrimos es la de querer arrancarlo todo y en seguida, pero casi siempre en el prójimo; solemos ser muy tolerantes con nuestros defectos y muy intransigentes con los de los otros.

La pena de muerte, el terrorismo la tortura, la violencia... son opciones y actitudes antievangélicas. Es preciso mantener la serenidad: aquello que ahora nos parece malo, quizá no lo es tanto. El mensaje cristiano proclama la tolerancia: «Dejadlos crecer juntos hasta la siega». La hora de la siega no está en las manos de los hombres, gracias a Dios. Cómo cambiaría nuestra sociedad si fuéramos capaces de ponernos en el lugar de los demás e intentar entender sus razones. La gran enseñanza, clara y fundamental, es ésta: no es competencia humana determinar quién es buena semilla y quién es cizaña, quién es ciudadano del Reino y quién no; eso sólo compete al Padre determinarlo y sólo se pondrá de manifiesto cuando el Padre lo sea todo en todos.

Al hilo de la parábola también podemos plantearnos este interrogante: ¿por qué estamos tan seguros de que el bien y el mal se identifican plena y perfectamente con unas personas u otras? ¿No es más cierto que, en el fondo, no es que buenos y malos estén mezclados, sino que el bien y el mal andan a la greña en el corazón y en la vida de todos y cada uno de los seres humanos? Otra cosa será de qué lado se incline la balanza en cada persona concreta; pero lo que no podemos negar es que todos hemos tenido en la vida momentos de ésos en los que, como diría Pablo, hemos visto y aprobado el bien, pero luego hemos obrado el mal.

Bien y mal se dan simultáneamente en cada hombre, y es tarea de cada uno lograr arrancar la cizaña ya aquí y ahora, pero la cizaña de su corazón; en esto podemos reformular tranquilamente la parábola, para estar a tono con la verdadera voluntad de Jesús.

Aquí nos ayudan perfectamente las otras dos parábolas del texto evangélico: tenemos que ser buena semilla y levadura transformadora; pero siempre con cariño y respeto al hermano, de lo contrario dejaríamos automáticamente de ser semilla buena o levadura eficaz.

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