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Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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E n Navarra andan amoscaos alcaldes y pueblos con una prerrogativa legal de 1998 (anteayer) que permite a la Iglesia «inmatricular» inmuebles y propiedades comunes a su nombre haciéndolo de forma opaca y con sigilo legal: templos, casas, cementerios, almacenes, viñas, garajes... hasta frontones. La razón aducida es su uso continuado y el hecho de que los pueblos o consistorios que los construyeron o mantienen no los registraran a su nombre. Obispados y cabildos les han pisado la mano y el legajo... y hasta le habrán hecho un triduo a santa Rita Rita Rita que en los corros infantiles sacraliza «lo que se da no se quita».

No ocurre sólo en Navarra. La iniciativa es nacional. Miles de casos.

Total, que viene vendaval. Se insistirá en viejos pleitos y se anuncian nuevos por un «quítame allá esa ermita o ese salón parroquial»... o se silba el «devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo demás». Mira en Laguna de Negrillos; casi llegan al cristazo.

La Iglesia es tenaz y terca defendiendo sus derechos patrimoniales. Está en su ley y lleva siglos pleiteando por esas cosas (la mitad de los archivos diocesanos se refieren a juicios o confirmaciones de posesiones y fueros, diezmos, entradas, presentaciones, cuentas). Pero también perdían, les desamortizaban desde el mojón hasta la pared de enfrente... o malvendían (un dato de la riqueza acaparada: en el siglo XVIII, el ¡64%! de las casas de la ciudad de León era propiedad eclesiástica).

A veces, los bienes que ahora «inmatriculan» a su nombre estarán sin duda en mejores manos que las de según qué junta vecinal o untamiento, pero desconcierta tanto empeño en atropar estas difusas propiedades cuando la propia Iglesia confiesa no tener suficientes recursos para atender a todo su grandísimo patrimonio inmueble, histórico o monumental, tan vasto, que ha de socorrerse crónicamente con caudales públicos, obras, hacenderas, limosnas...

¿De quién son las iglesias que costeó el pueblo o las mantiene?, preguntaron en un debate sobre Patrimonio donde participaba don Antonio Viñayo... ¿no son del pueblo?... a lo que el juicioso y astuto abad replicó: «tiene usted razón... efectivamente son del pueblo... ¡del pueblo de Dios!». Hala, toma matiz.

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