Diario de León
Publicado por
Pedro Trapiello
León

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Decía don Camilo que las esquelas de ABC sugieren una novela. Cierto. Esquelas y crucigramas son la mejor enseñanza de ese periódico: se averigua la vida hecha muerte y ceremonia... o se aprende el nombre de una exótica isla de Luzón. Una esquela reciente sugería mucho más que una novela. Parece encerrarse en ella, apretadita, toda la historia de Europa con sus glorias y memeces. Es la de un tipo de nombre corto que choca con la rimbombancia de apellidos que suele lucir ahí el pretencioso o el paleto: Otto de Hasburgo-Lorena. No necesita más apellidos; se encarga de ello el pedigrí que luce en los títulos que exhibía «por derecho»... «y por la gracia de Dios», según la esquela. Demasiada gracia parece en este caso. Veamos (y atento el lector al mareo): Emperador de Austria... rey apostólico de Hungría... rey de Bohemia y de Dalmacia y de Croacia y de Eslovenia y de Galitzia y de Lodomeria y de Iliria... rey de Jerusalén... archiduque de Austria... gran conde de Toscana y de Cracovia... duque de Lorena, de Salzburgo, de Istria, de Carintia, de Carniola y de Bucovina... gran príncipe de Transilvania... margrave de Moravia... duque de la Alta y Baja Silesia, de Módena, Parma, Piacenza y Guastalla, de Auschwitz y de Zator, de Cieszyn, Friuli, Ragusa y Zadar... conde Habsburgo y del Tirol, de Kyburgo, Goritzia y Gradisca... príncipe de Trento y Bresanona... margrave de la Alta y Baja Lusacia y de Istria... conde de Hohenembs, de Feldkirch y Sonnenberg... señor de Trieste y de las Bocas de Cotor... y gran vóivoda de Serbia. Ahí es nada, ¡48 titulazos con escarapela, entorchados y palafreneros! Si le hubiéramos casado con la duquesa de Alba juntarían en total 90 (qué lío de ventanillas a la hora de cobrar a fin de mes, pobre gente, tú, qué pena dan). El ¡viva Robespierre y la guillotina! de la France revoltosa tenía su lógica. A este Otto le valía con el título de archiduque en recepciones y noticias. Cazurro y altivo el tío. Pero ya estoy imaginando al difunto Ataúlfo plantado como un Don Tancredo en la plaza del Espolón y luciendo un cartelón redondo que diría «Curas y monjas ¡y archiduques!... a trabajar». ¿Archiduque?... quita allá, dice Sócrates, tú dame el título de Señor de las Arrimada

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