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Publicado por
victoria lafora
León

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J os é Bono, presidente del Congreso, fue el responsable de que, setenta y cinco años después, esta institución, donde está representada la soberanía popular, siga sin condenar la sublevación militar de Franco que acabó con la República. Con una declaración intencionadamente pusilánime demostró que todavía no hay coraje político ni valor ético para denostar una dictadura que llevó a cabo una sanguinaria represión causante de cientos de miles de muertos. No es que el presidente de la Cámara no supiera, es que no quiso en los estertores de esta legislatura enfadar a la bancada del Partido Popular que se ha negado sistemáticamente a una condena al régimen dictatorial.

Bono se abría despedido de la presidencia de una institución de todos haciendo justicia a un tiempo de dolor y asesinatos que Paul Preston califica de «el holocausto español». Lo peor es que no fue una iniciativa suya. Se lo había pedido la izquierda del hemiciclo y él, sin consultarlo con ninguno de los diputados solicitantes, leyó su declaración ante el estupor de Izquierda Unida y de otros grupos, mientras el PP y parte del PSOE le aplaudían.

El texto de Azaña, escrito cuando la guerra civil estaba perdida para la Republica, y en el que insta a la reconciliación y el perdón, refleja el horror ante los muertos de la contienda. Pero Azaña, que falleció poco después en el exilio, no tuvo conocimiento de la represión a sangre y fuego que el régimen franquista practicó con los vencidos. Por tanto, utilizar sus palabras fuera de contexto y obviando la sistemática persecución que ocurrió después es torcer la historia.

Bono lo sabe, pero como en otros asuntos de orden religioso, ha quedado meridianamente claro que su afinidad ideológica esta más cerca del PP que de su partido. El problema es que las declaraciones institucionales, leídas desde el sillón de la presidencia del Congreso se supone que representan el pensar de la mayoría y no las creencias de José Bono. Si como reveló hace unos días un micrófono indiscreto está «hasta los huevos» podría dejar a otro los menesteres a los que o no quiere o no puede enfrentarse.