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Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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L a fiesta y la siesta son dos inventos muy antiguos que se hicieron muy ibéricos y por eso aquí perduran... ¿hay mejor seña de una vida llevadera?

El pueblo que las frecuenta se alivia de agobios y parece más sano.

El beneficio de la siesta, por ejemplo, acaba de descubrirlo y confirmarlo hace poco la mismísima NASA, cágate. Esa corporación científica asegura que sus beneficios son incomparables con cualquier otra solución médica: disminuye el riesgo cardiovascular, libera tensiones y aumenta la concentración. Lo han medido entre los controladores aéreos y se observó una mejora del 34% en el rentimiento y del 54% en el estado de alerta. Ostrás, conclusión: adóptese la siesta inmediatamente para elevar la productividad e inclúyase además en el horario laboral. ¡Bien, coño, bien! (dijo Félix, de UGT).

Pero asegura la NASA que la siesta ideal debe ser de 26 minutos... ¡unos cabrones!, ¡eso sí que es afinar!... ¿y por qué no 25, listines?...

En fín, que al trabajador le han medido la rentabilidad de una siestecita. Está demostrada. La patronal lo aceptará de buen grado. Lo veremos un día en convenios colectivos.

Malo, dice Sócrates; los consejos de administración estarán encantados de descubrir un principio científico que el refranero español lleva repitiendo siete siglos: Cuerpo descansado, dinero vale ... ¿Dinero?... pues si vale dinero, habrá que ordeñarlo, digo yo (Samuel, el de la Cámara).

Lo cierto es, sin embargo, que una cabezada de 26 minutos ya es reparadora, aunque siempre escasa para Celas, canónigos y todos los devotos de la beatífica siesta con pijama y bacinilla. Media horita no está mal. La siesta corta trae más sueños que pesadillas.

Incluso a muchas paisanas les sobraba con la «siesta de la llave» (sentadas y recostadas sobre la mesa de la cocina, sostenían entre los dedos la llave del portón que, tras relajarse el músculo al entrar en sueño profundo -cinco o seis minutos-, caía con estrépito al suelo como un despertador). Les era suficiente. Mi madre lo hacía sin llave.

Pero, ¡pordiós!, hay que impedir a toda costa que lleguen a enterarse de esta modalidad de siesta los listines de la NASA... y los círculos empresariales.