Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Con el perdón se transforma el mundo. Nuestro pasado cambia. El perdón no es una sepultura bajo el velo del olvido. El perdón es una resurrección, un acto de creación, la inauguración de una historia nueva. Entendámonos. No es que tengamos que perdonar a los otros para obtener la salvación y obtener a su vez el perdón de Dios. No. La salvación ya se nos ha dado gratuitamente, el perdón ya se nos ha concedido. Conviene recordar que el proceso no es: perdono para que me perdonen, como si compráramos el perdón. Es al revés: si entramos en la comunidad cristiana agraciados por el don inagotable de la misericordia del Padre (diez mil talentos simbólicamente), justo es que nuestro agradecimiento rebose sobre los miserables cien denarios que tantas veces nos debemos mutuamente los hombres. Precisamente, cuando Jesús nos enseña a orar, introduciéndonos en la dinámica del Reino y de la voluntad del Padre, aparece el misterio del perdón. En la primera parte del Padrenuestro se pide con impaciencia que se acelere el cumplimiento de la voluntad del Padre, la plenitud del Reino; en la segunda, que al menos se adelante aquello que va a ser característico del final escatológico: el pan que da la vida, el perdón y la victoria sobre el mal. Ser perdonados por Dios y perdonarnos mutuamente es un signo privilegiado de que el Reino ha llegado, es decir, de la situación última y definitiva que el Padre nos tiene reservada a sus hijos. El perdón no es, pues, una postura política que proporciona superioridad, ni siquiera una generosa actitud moral, sino que -y éste es el mensaje central del Evangelio - apunta directamente al núcleo mismo del Reino de Dios.

Hemos de perdonar porque Dios nos perdona y como Dios nos perdona. Es una enseñanza tan capital para los cristianos, que está incluida como una de las peticiones del padrenuestro. Debemos a Dios mucho más que lo que otros nos deben. ¿Cuánto pagaríamos por la vida, por la vista, por el oído... si estuviéramos en riesgo de perderlos?

¿Nos atreveremos a pedirle a Dios que nos perdone sin perdonar nosotros siempre a los demás?... Dios, para perdonarnos, no nos pide más que perdonemos también nosotros siempre a todos y en todo. El cristianismo supone el reto de cambiar unas relaciones basadas en la justicia o en el derecho, por otras basadas en el amor. No hay que olvidar nunca que optar por el amor, apostar por él como vehículo de relación, es exponerse a la decepción, a la incomprensión y al dolor. En castellano hay un adagio que dice: «Si quieres sufrir, ponte a querer». El amor es fuente de dolor y desazón; pero siempre es más interesante y alentadora una vida con episodios dolorosos hijos del amor que una vida vacía y sin sentido.

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