Diario de León

Liturgia dominical

En cristiano… siempre es posible

Publicado por
Juan Carlos Menes
León

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Jesús suele presentar en las parábolas a dos personajes, de los cuales el que parece malo queda como ejemplar y viceversa. Así ocurre en la narración de los dos hijos y la viña. La consecuencia es clara: lo que Dios nos pide no son palabras, sino hechos. Unas sin otros significan la negativa a cumplir la voluntad del Padre. Un hijo guarda las formas educadamente pero no hace la tarea; el otro se niega de forma destemplada pero la hace. La actitud del segundo es la preferida. No tienen por qué ser afirmaciones excluyentes: que lo importante sea el cumplimiento de la voluntad del Padre no implica que las «formas» no tengan ninguna importancia. El Padre hubiese quedado más satisfecho si a las palabras educadas hubiese seguido un trabajo efectivo. Las «formas» no son todo el «hacer» ni tienen sentido sin él, pero también son «hacer» si conllevan compromiso activo.

Jesús, en su vida pública, experimentó que a menudo los pecadores y los marginados de la sociedad son los que están más cerca de la salvación. El comportamiento con él de los que se creían justos fue incalificable: lo llevaron a la cruz. Es nuestra propia experiencia, si seguimos el Evangelio. El gran problema de la fe en los países de tradición cristiana es conformarnos con las prácticas de piedad. Jesús no se conforma; quiere que seamos realistas. Es verdad que Dios quiere que recemos, que recibamos los sacramentos..., pero quiere también que trabajemos por su reino de libertad, de justicia, de amor, de solidaridad. ¿No es una de las viejas acusaciones contra los cristianos y contra la Iglesia que... mucho rezar y muy buenas palabras, pero que falta el poner de acuerdo la vida con lo que decimos?

La palabra hay que vivirla. No es suficiente con afirmar el «amor a la Iglesia»; hay que comprometerse con ella en el camino de fidelidad al evangelio. No basta con declararnos «servidores del mundo», si no tiramos fuerte para que la historia avance. ¿De qué sirve hablar de amor, de fraternidad, de justicia... si sólo hablamos? ¿Para qué tantas fórmulas y gestos rutinarios, si no practicamos la justicia? Jesús nos pide cambiar esta actitud farisaica y nos lo pide porque con su ayuda podemos y debemos. No deberíamos ignorar que, en realidad, no creemos lo que decimos con los labios sino lo que expresamos con nuestra vida entera. Los creyentes hemos aportado a la historia palabras muy hermosas y sistemas doctrinales de los que debemos sentirnos orgullosos, pero la verdadera fe hoy y siempre la viven aquellos hombres y mujeres que saben traducir en hechos el evangelio en el correr de cada día.

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