Un ejecutivo en la planta 43

Un banco español puso en sus manos hace casi diez meses la expansión del banco en tierras asiáticas. Una tentación que supo aprovechar para que él y su familia vivieran una experiencia inolvidable en su nuevo destino: Hong Kong, la cuarta ciudad más poblada de la República Popular China, donde han pasado a engrosar ese casi insignificante 1,5% de europeos en un maremagnum de siete millones de habitantes.

Tras un viaje fugaz en noviembre para encontrar casa, guardería y hospital —ya que su mujer estaba embarazada– decidieron lanzarse a la aventura con ayuda de dos recolocation consultants llamadas Ana y Kim, cuyo trabajo consistió en hacerles la vida más fácil y con menos dudas. Así, descifraron los formularios para el visado de trabajo y el traslado de su perro, escritos en «un imposible» mandarín». Eligieron vivir al Sur de la isla, a la orilla de la playa, en un edificio feng-shui de fachada ondulada que evita las malas vibraciones y posee un agujero central con jardín para que lo atraviesen los malos espíritus.

Su nuevo trabajo, en el piso 43 del mayor rascacielos, está sazonado con viajes, comidas y cenas para ganar la confianza de los potenciales socios, un requisito tan importante como el negocio en sí, según ha constatado. Su idioma vehicular es el inglés, aunque en algunos puntos de China necesita un intérprete. «La barrera del idioma no suele impedir que acabes llevándote estupendamente bien con ellos porque están acostumbrados a realizar negocios así, por la variedad de dialectos internos que poseen», asegura.

Con horarios más europeos, ‘puerto perfumado’ les ofrece un clima subtropical «estupendo, acostumbrados al frío leonés», playas, excursiones en barco, deportes acuáticos, parques de atracciones y paseos por el monte (el 75% de la isla es bosque). También existe un gran hipódromo en el centro que se llena todos los miércoles, decenas de festivales chinos y celebraciones deportivas internacionales como el Hong Kong Sevens de rugby. Es «una ciudad con muchísima actividad y posibilidades de ocio, miles de restaurantes y una amplia red de transporte público». Incluso a una hora de ferry está Macao, antigua colonia portuguesa dedicada al juego con enormes casinos y un nivel de facturación en apuestas cuatro veces superior a Las Vegas, «y es que uno de cada cuatro multimillonarios en el mundo ya es chino», comenta.

Como curiosidad, le resulta chocante que Hong Kong carezca de producción local de carne, que importan de Australia o Nueva Zelanda a precios astronómicos, y la costumbre de vender vivo el pescado. «Lo matan y limpian delante de tí, de lo contrario no tendría demanda, y te lo llevas muchas veces dando coletazos—explica—. En los mercados locales también puedes adquirir tortugas, serpientes y sapos con los que se preparan platos autóctonos, pero eso por el momento no nos hemos animado a probarlo», bromea. En su hogar procuran mantener costumbres originales como el jamón serrano o el aceite de oliva, que les traen amigos y familiares. Además, en la mudanza, que supuso una travesía en barco de un mes, incluyeron provisiones de prieto picudo y sidra que, junto con las paellas que elaboran en cocinas de gas (no hay vitrocerámicas), les han servido para conquistar los estómagos orientales.

«La sensación es que aquí va todo muy rápido. Hong Kong, además de un importante puerto asiático por donde entran y salen todo tipo de mercancías, es una de las principales plazas financieras del continente y una de las ciudades más densas del Planeta. La gente trabaja fuerte y todo está abierto incluso los fines de semana. Hay muchísima competencia y mucho movimiento de un trabajo a otro, lo que proporciona grandes oportunidades de negocio y desarrollo», confiesa. Aprovechará esta etapa «al máximo», pero su deseo es volver a sus raíces.