Todos estamos invitados
Liturgia dominical
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
Dice un pensador actual: «Es para todos bien sabido que para Jesús una de las comparaciones más usuales y socorridas a la hora de hablar del Reino y de la vida eterna es la figura del banquete nupcial. Parece que algo de lo que es esencial en un banquete nupcial es también esencial en la idea que Jesús se hace de lo que debe ser tanto este mundo nuestro como el Reino de Dios. El banquete, el invitar a los amigos a comer en la propia casa, representa la comunión amistosa de los hombres entre sí, que gozan juntos de la bondad de las cosas y de los alimentos y comparten la alegría, la intimidad, los acontecimientos felices. En el banquete parece que la vida se reconcilia: de hostil y dura se convierte en gozosa y pacífica, y por eso se alarga y se saborea el banquete. Y Jesús dice que el Reino de Dios se parece a un banquete de bodas. La proclamación de ese Reino -el anuncio del Evangelio- se parece a la invitación al banquete nupcial. (..) En este mundo desquiciado por la angustia del tener más a costa de que otros tengan menos (precisamente lo contrario de lo que es un banquete) es donde Jesús nos invita a hacer un banquete».
Dios quiere que la humanidad entera comparta su gozo. Quiere, en primer lugar, que todo el mundo pueda escuchar el Evangelio, porque éste llena de felicidad y de vida. Nosotros somos mensajeros de él con la gente que tenemos a nuestro alrededor. Y quiere que todo el mundo llegue a compartir también su plenitud por siempre, en la sala del banquete llena de invitados, cuando enjugará las lágrimas de todos los hombres y derrotará para siempre a la muerte (y esta llamada definitiva tiene los caminos visibles del Evangelio y de la Iglesia, pero tiene también caminos que sólo él mismo, Dios, conoce). Ser cristiano es, sobre todo, vivir el gozo de haber escuchado esta llamada salvadora. Y exige la respuesta libre y coherente y la responsabilidad personal de la acogida. Este tema no es el central de las lecturas, pero sí un contrapunto que el evangelista no quiere que olvidemos: los llamados al banquete pueden negarse a asistir y quedar al margen de la salvación. Pero entre los que sí asisten también los hay que pueden quedarse fuera por no llevar el vestido adecuado, por no responder al estilo de vida que Dios quiere entre los suyos: el estilo de Jesús, el estilo del Evangelio. Llamarse cristiano, pertenecer a la Iglesia, no es ninguna garantía de nada, si uno no vive como Jesús nos pide.
«Muchos son los llamados y pocos los escogidos». Con este frase termina el texto. La llamada de Dios es para todos, pero exige una respuesta que no todos dan. ¿Cómo interpretar estos «muchos» y «pocos»? Si tenemos en cuenta el modo hebreo de establecer la comparación, la frase indica una superioridad numérica, sin referirse a las relativas proporciones. Se podría traducir: «Hay más llamados que escogidos o decididos».