Gasolina y amor propio
Cada día su afán José-Román Flecha Andrés
Hay un accidente en la autopista de Milán a Venecia y todo el tráfico se detiene hasta formar un atasco monumental. Lo mismo ocurre en las calles de la ciudad de Panamá, se adelantan esos buses de colores que llaman «los Diablos Rojos»; o a la entrada a Madrid antes del trabajo de la mañana; o a cualquier hora del día o de la noche en las grandes autovías que cruzan la ciudad de Los Ángeles.
El viajero atrapado en una fila interminable se lamenta y se impacienta y se pregunta por las causas de esos desastres. Pero raras veces examina su propia responsabilidad. El escritor francés Pierre Daninos dijo alguna vez que «la causa más importante de los accidentes de tráfico es que los hombres ponen en sus coches tanto amor propio como gasolina».
La técnica ha inyectado en nosotros la convicción de que somos capaces de ejercer un dominio casi absoluto sobre el tiempo y el espacio, esas coordenadas en las que se sitúa nuestra diaria peripecia.
En otros tiempos, poseer un caballo concedía al ciudadano no sólo un status social y una nueva sensación de superioridad y de dominio sobre los demás. Pero esa nueva situación generó una actitud ética que se llamó la caballerosidad.
Hoy ha cambiado el medio de transporte, pero no ha cambiado el sentimiento. Del miedo a la máquina, sobre el que escribía Emmanuel Mounier, hemos pasado a una confianza casi religiosa en su poder. El hombre de hoy parece identificarse con la máquina. En una especie de metamorfosis, reacciona de forma muy diferente apenas se coloca ante los mandos de su auto. Parece dejar de ser ciudadano para ingresar en otra categoría social.
Seguramente hace falta pensar en la necesidad de promover y asimilar una nueva actitud ética. Para comenzar, hay que subrayar la distinción entre lo lícito y lo justo. Las señales de tráfico indican lo mínimo. Pero el comportamiento moral ha de tender a la generosidad de lo máximo. La ley impone sanciones cuando se quebrantan las normas. La conciencia marca ideales de conducta. Una y otra nos indican que no somos los únicos que transitamos por el mundo. Y que nuestros derechos y fantasías han de tener en cuenta los derechos y la dignidad de los demás.
A la hora de revisar el comportamiento del conductor, habrá que pensar ciertamente en su realización y su responsabilidad personal, en las nuevas facilidades que el tráfico nos ofrece para el encuentro social, pero también para el desencuentro, y en la necesidad de crear un ambiente más humano.
Aun refiriéndose directamente al turismo, el papa Juan Pablo II recordaba en 1982 algunos aspectos positivos de la moderna movilidad al ampliar las relaciones entre gentes y pueblos distintos, pero observaba que puede también contribuir a la despersonalización del hombre.
Evidentemente, la educación vial ha de entrar hoy con pleno derecho en el ámbito de reflexión moral y de la educación .