Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Nos encontramos este domingo con un evangelio muy conocido y que fácilmente se puede reducir a un mero consejo moral, cuando en realidad, es la invitación a asumir y vivir un determinado estilo de vida, el evangélico. El texto es la narración de una encerrona que le quieren tender a Jesús: Si estás en contra del impuesto, estás contra los romanos, potencia opresora que te puede castigar; si estás a favor del impuesto, estás contra Dios, que es el único Señor. Para comprometer a Jesús, le tienden una trampa en la que parece no tener no tiene más remedio que caer. El país vive bajo la ocupación romana y los judíos hacen de ello un asunto religioso. Los partidarios de Herodes son colaboracionistas y andan al acecho de cualquier palabra imprudente que les permita denunciar a Jesús como agitador. Pero los fariseos, y prácticamente todo el pueblo judío, detestan a los romanos como opresores y como paganos. Pagar el impuesto es reconocerse sometido a un emperador pagano. Jesús deshace el equívoco, pero no como se hace a veces cortando la vida en dos: por un lado, el terreno del César, la política; y por otro, el terreno de Dios, la religión. No, la religión y el compromiso social son cosas distintas, pero trabadas entre sí.

La respuesta de Jesús («Dad a Dios lo que es de Dios, pues a él se debe todo y sólo a él la adoración y culto») no vivisecciona la conciencia del cristiano en dos servicios; sólo delimita el campo del servicio al César dentro de la universal y exclusiva perspectiva religiosa a un nunca interrumpido servicio a Dios en santidad y justicia. La respuesta desautoriza, pues, toda usurpación de los derechos de Dios, que son de por sí inalienables, y deja claro, si bien implícitamente, que cuando la autoridad humana rebasa la frontera de sus atribuciones, «es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres». El evangelio de hoy no va dirigido sólo a quienes detentan este poder. No podemos perder de vista que la respuesta de Jesús no es exactamente una respuesta, sino, más bien, un reproche: os preocupáis por problemas secundarios y pasáis por alto la obligación principal; no os olvidéis de que Dios es Dios.

¿Cuántos de entre nosotros, a pesar de estas palabras de Jesús, hemos pasado por alto las obligaciones principales para poner alma y vida en cuestiones secundarias? ¿Cuántas veces nos hemos preocupado, por ejemplo, de no olvidar nuestras «prácticas piadosas» y somos insensibles ante tanta necesidad como hay entre muchos de los habitantes de nuestras parroquias, o entre los azotados con más fuerza por la crisis económica y que, a lo mejor, rezan en la misma iglesia que yo? ¿Cuántos ejemplos como éste podríamos poner? Jesús, que sabía bastante bien lo que era principal y lo que era secundario, dedicó su vida a lo principal, dedicó su vida al anuncio del Reino. Hoy todo está en nuestras manos y es bien fácil saber qué es lo esencial para nosotros, cristianos: anunciar el Reino de Dios; y puesto que el Reino de Dios es y se realiza en Jesús, si creemos en él no tenemos tarea más principal ni más urgente que anunciarlo. Si de verdad creemos en él, no tenemos otra opción que anunciarlo.

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