Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Quedan ya sólo tres domingos para que finalice el año litúrgico, y la lectura de san Mateo nos hace penetrar en los tres relatos que componen el capítulo 25, que vienen a ser como un esquema para evaluar la actuación cristiana: ¿construimos realmente, con nuestra manera de vivir, el nuevo pueblo de Dios iniciado por Jesús? En concreto en este domingo podríamos preguntarnos: ¿Estamos preparados para tener suficiente aceite para alumbrar cuando llegue el esposo? Es una invitación a recordar que nuestra vida tendrá un final. El relato evangélico invita a recordar este hecho: nuestra vida es una espera de la llegada del esposo. Y este tener presente que la vida tiene un momento culminante que es la muerte, es algo que hay que recordar de vez en cuando. Y hoy puede ser un buen día. Además, la segunda lectura, de la carta a los Tesalonicenses, corresponde a la respuesta de Pablo ante la preocupación de unos cristianos, que estaban preocupados por lo que les pasaría a los que habían muerto. Nosotros no tenemos estas preocupaciones, pero quizá nos encontramos en el otro extremo: simplemente, no pensamos nunca en ello. Y esta no presencia de la muerte en nuestras vidas no es ciertamente buena. Este recuerdo de la muerte ha de tener un primer objetivo: hacernos caer en la cuenta que más allá de todo mal, más allá de la gran debilidad humana que tan brutalmente evidencia la muerte, está el amor de Dios, que da vida plena. El anhelo de los Tesalonicenses de estar con el Señor por siempre, y la sed de Dios que canta el salmo, constituyen el último horizonte de nuestra vida.

Hay que vigilar, estar despierto. Cada uno en su noche, con su luz y su aceite suficiente, tiene que otear y mantenerse alerta. Vigilar, estar atentos. Aquí está la raíz de la Sabiduría. Una persona puede ser sabia en este orden de cosas y no brillar precisamente por otras habilidades hoy tan cotizadas. Una persona puede tener presente al Señor Señor, adorarle en espíritu y en verdad, y no saber nada de los últimos avances en tecnología. A estas personas, por muchos vaivenes que dé la vida, nunca les falta aceite en la despensa, el de verdad, el de una vida hondamente asentada en Dios. Nadie puede recibir al Señor por nosotros. Nadie. Ni nuestros padres, ni nuestros parientes, ni nuestros amigos más amigos. Nadie. La actitud de las vírgenes prudentes, en la parábola de hoy, parece cruel y egoísta, pero sólo es lógica. Cuando llegue el esposo, no vale volverse a los demás, desesperadamente: «Dame un poco de tu fe, de tu justicia, de tu verdad, de tu amor». No, no puede ser. Nos lo darían de mil amores, pero es imposible: la lámpara encendida se trata de una cualidad interior, personal, intransferible, que no puede ser compartida. Nadie puede vigilar por otro, y cuando se acerque Dios a medianoche, nadie puede ser nuestro fiador. La esperanza activa se impone en nuestras vidas.

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