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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Finalizan los domingos del Año Litúrgico con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que nos presenta a Cristo como centro de nuestra fe. Por eso la imagen del Buen Pastor es la que la liturgia (el profeta Ezequiel y el evangelio de Mateo) nos ofrece hoy. Cristo es el Pastor que apacienta, que busca y cuida a sus ovejas, que cura a las enfermas y venda a las heridas, que libera las esclavitudes e ilumina las oscuridades. Es un Pastor que a nadie avasalla, sino que a todos sirve, para vivir todos sujetos al amor del Padre.

Este Pastor «juzgará entre oveja y oveja»: son palabras sorprendentes y desconcertantes, porque seremos juzgados del egoísmo y del amor, de la insolidaridad y de la entrega. El hambre, la pobreza, la enfermedad, la injusticia son el reto a la responsabilidad y a la acción de todos los hombres. Mientras persistan en el mundo, nadie es inocente. Por eso se trata de que lo que ha de suceder en el último día, el día del Señor, sea el modelo de lo que tenemos que hacer cada día.

No sabemos cómo será el juicio de Dios en el último día, pero sí sabemos cómo juzga el Señor. Y eso es lo que hemos de tener presente.

El evangelio presenta a quien tiene hambre, sed, desnudez o enfermedad y lo que hicimos con respecto a ellos. Al identificarse el Señor con ellos, está comprometiendo la fe en esa tarea. No podemos ser neutrales en una sociedad de desiguales y en un mundo dividido. Hay que comprometerse. Y esto con los que padecen la injusticia, y no con los injustos. Esto es lo que exige la fe. Y este compromiso no se cumple sólo dando limosnas o aliviando la suerte de algunos, sino estando al lado de todo el que sufre.

Así como el evangelio nos anticipa el final para que empecemos desde ahora, así la Eucaristía que celebramos, nos anticipa el gozo del fin para que nos animemos a alcanzarlo. Una sola mesa para todos, un solo y mismo pan para todos, pero no sólo el pan eucarístico, sino también el de los bienes terrenos.

Y todos con el vino, que es la sangre de Cristo y el gozo de la fraternidad. Por eso, no podemos quedarnos en buenas palabras e intenciones. Como tampoco podemos conformarnos con la comunión sacramental. El término es la fraternidad universal. Ésa es la voluntad de Dios. Y ése es el verdadero reino de Cristo, reino de amor, de justicia y de paz.

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