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Los espías del universo

El descubrimiento de un planeta potencialmente habitable pone en evidencia la importancia para la ciencia de las decenas de telescopios que orbitan la Tierra.

Publicado por
ander azpiroz | madrid
León

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El reciente descubrimiento de un planeta potencialmente habitable nada menos que a 600 millones de años luz de la Tierra ha puesto en evidencia una vez más la importancia de los telescopios espaciales en la exploración del universo.

En esta ocasión, el mérito le ha correspondido al Johannes Kepler, pero antes él mismo, el Hubble, el Spitzer o el Herschel ya habían aportado valiosos datos sobre el origen del universo. La fiebre de los telescopios u observatorios espaciales comenzó a mitad de la década de los 60. El primero de ellos en salir de la órbita terrestre fue el Cosmos 215, un primitivo artefacto soviético con ocho lentes a bordo que apenas funcionó durante seis semanas.

Desde entonces han sido enviados al espacio decenas de observatorios y muchos más están en fase de desarrollo. Son caros en el aspecto económico pero altamente efectivos en el del conocimiento. Sus grandes lentes observan el cosmos sin la interferencia de la contaminación lumínica y exentas de la distorsión que provoca la atmósfera —conocida como aberración óptica—, que provoca una significativa reducción en la resolución de las imágenes captadas. Por el contrario, necesitan de una alta tecnología, avanzada y, sobre todo, cara, que va desde su fabricación a su mantenimiento técnico en el espacio. Una larga lista. Quizá el más conocido de todos ellos sea el Hubble. Es uno de los más veteranos. Lanzado hace 21 años, supuso en su momento una innovación tecnológica en toda regla. Pero, curiosamente, un error de apenas un milésima en la configuración de una de sus lentes principales supuso un duro golpe para la Nasa.

El Hubble nació miope y todo lo que observaba estaba borroso. Fue necesaria una arriesgada misión en la que astronautas a bordo del transbordador Endeavour acometieron con éxito su reparación durante caminatas que se prolongaron a lo largo de cinco días. Desde entonces, a este telescopio se le atribuyen una de cada cuatro investigaciones astronómicas.

Entre otros hitos, gracias a él, se pudo observar las impactantes imágenes del choque del cometa Shoemaker-Levy 9 contra la superficie de Júpiter en 1994; también se captaron las imágenes que permitieron avanzar en la hipótesis de que casi todas las grandes galaxias están coronadas por un agujero negro supermasivo en su centro e, incluso, se calculó que el universo tiene una edad de 13.700 millones de años.

Además del Hubble, entre las joyas de la corona de la Nasa se encuentran el Chandra (1999) y el Spitzer (2003). El primero, especializado en captar los rayos X, observa la violencia del universo: explosiones de supernovas, choques de galaxias, cuerpos devorados por agujeros negros... El Spitzer está diseñado para detectar los objetos más oscuros del cosmos gracias a sus sistemas de infrarrojos. Así, sus lentes alcanzaron a ver el pasado mes de octubre una tormenta de cometas sobre un planeta o la colisión de ellos entre sí.

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