Diario de León
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PEDRO TRAPIELLO
León

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Aún nos quedan por mandar al cuerno bendito trescientos o cuatrocientos mil nuevos puestos de trabajo. Serán destruídos en este 2012 e irregularmente distribuídos por todo el país. Lo advirtieron los expertos en medir crisis y cabronadas, gente seria... y estudiada. Y nos lo confirmó Rajoy, pero no en el estrado, sino por vía de agencia Efe (la ofisiá, tigre, dijo Arenas). Manda carallo. ¿Tendremos que agradecer que no nos lo dijera mandando a un motorista?

Han insistido tanto en que 2012 será un año cruel y jodido, que ya estamos dilatando. Y respirando al compás como primerizas asustadas.

Tampoco es necesario recordar que 2012 es bisiesto y la astrología barata lo llena además de males y crujidos.

Ahí está la pregunta con micrófono que le hace El Roto a un tipo desastrado: «¿Qué espera usted del nuevo año?»... y responde el interfecto: «Que pase».

Pasará este año. Y otro. Y cinco más. Nos preguntarán entonces qué esperamos del 2018 y diremos «osti, tú, que corra ese año cabrón porque habrá que cortarle la manía de una vez».

En el 2022 ya nos habremos acostumbrado a la delgadez de miras y, aunque dice la Merkel que en ese año ya se habrán normalizado las cosas dejando a cero las cuentas, huiremos de cualquier buena noticia disfrazados de gato escaldado. Para entonces, Rajoy habrá sido homenajeado en la panoplia de los honores o en algún pre-parque jurásico pontevedrés. El fin de Rubalcaba no está tan claro, qué tío, siempre «peñas arriba» como buen cántabro de Pereda, o sea, que acabará por entonces predicando a los rebezos de Liébana.

A Rajoy se le criticó por no explicar los morteazos que disparan sus baterías ministeriales, aunque a veces, cuando no se sabe qué decir, se agradece que no diga nada. Pero no se olvide que es gallego: de Fraga aprendió mucho y de Franco aquella frase, «haga como yo y no se meta usted en política».

Las explicaciones se las deja a Montoro, para lo malo, y a Soraya, para lo peor. Sus asesores les aconsejan caras circunflejas y voz tintada de cierto dramatismo. Soraya sobreactúa; y no llora como la ministra de Monti porque el truco está fané. Pero bien saben que lo que están haciendo duele... y huele.

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