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Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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Hubo en París tanta afición a la guillotina en plaza pública tras la Revolución, que las ciudadanas se llevaban la labor y la tartera junto al patíbulo donde pasaban el día viendo caer más cabezas a la cesta que balones en un partido de los Lakers.

La contemplación de la muerte dictada por un tribunal, ejecutada con cierta solemnidad por verdugos y rebozada en iras públicas, es un espectáculo insuperable y es una lección de terror que no se han privado de dar todos los tiranos de la historia. Y si era un alto noble o el mismo rey el que subía al cadalso donde se tronzaban los pescuezos, la agitación jubilosa del populacho alcanzaba cierto orgasmo colectivo al ver sin cabeza a los que en vida fueron eminentes y, por lo común, chulos o déspotas.

Los patíbulos populares de hoy se montan en la tele. Parecen más civilizados, la sangre no llega al río ni la cabeza al cesto, pero la mala hostia es la misma y, mientras adoban al Urdangarín, hacen trajes al Camps, desuellan al Matas, ahorcan a Garzón o desnudan a la Pantoja, el populacho marujo (y la distinguida mirona) también se sienta en su sofá horas y horas ante la guillotina del jorgejavier de turno con su labor en el regazo (el móvil) y su tartera al alcance de la mano (pizza, chocolate, patatitas o un caldero de häagen-dass ).

Que rueden cabezas, dice una.

Que les corten la mano, dice otra.

Que les dejen en bragas, si puede ser, sugirió una gorda (Matas en tanga dejaría pálido a Berlusconi; en el tinte, casi; y en la sonrisa insolente e insultante con que nos mira desde el banquillo, ahí se andan los dos).

Al Cabreo Nacional le vendrán bien estos regodeos patibularios. Sirven de consuelo y exorcizan las culpas propias. Amparín, por ejemplo, se indigna y arma escandalera contra tanta corrupción que inunda generalitats o moja al rey, pero gracias al tamaño y nombres de esos casos, nunca considerará corrupción que el inepto de su sobrino fuera enchufado por un pariente y hoy sea funcionario con plaza vitalicia en propiedad, robándosela además al más apto, que quedó en el paro (hasta jubilarse cobrará 700.000 euros, aunque la ira santa de Amparín va contra los 500.000 que desviaron a una infanta).

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