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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Continuamos estos domingos contemplando las primeras acciones del ministerio público de Jesús, en las que aparece proclamando la buena noticia de la salvación y traduciéndola en gestos de sanación.

El fragmento del capítulo 13 del Levítico que se lee, es una minuciosa descripción de diversos síntomas y enfermedades que se conocían bajo el nombre de «lepra», pero que no eran la lepra que nosotros conocemos con este nombre, sino muchos otros tipos de enfermedades de la piel. Muy duro debía ser encontrarse con cualquier enfermedad en unas épocas en que se desconocía casi todo de la medicina y se vivía bajo el temor del contagio de cualquier cosa que pudiera parecer peligrosa. Imagínese el dolor añadido que afligiría a quien sufría estas enfermedades.

Por otro lado, en el relato de la curación del leproso que aparece en el Evangelio, Jesús empieza por sentir piedad ante el sufrimiento que encuentra a su paso. Esa «emoción» y esa «compasión» son importantes por cuanto en Cristo el amor poderoso y curativo de Dios pasa a través de estos sentimientos humanos. Cristo quiere humanamente la curación de los enfermos que encuentra a su paso, y en ese deseo no habría habido milagros. Por eso Cristo tiene conciencia de que el amor a sus hermanos es el canal del amor de Dios hacia los hombres. Hay algo para Jesús más importante que la lepra, que la impureza legal y que la misma ley de Moisés: la persona necesitada. Y de aquí su mensaje, implícito en su actitud: la persona está por encima de la ley. Y por ello permite que se le acerque el leproso y lo toque No tiene en cuenta ni el peligro de contagio, ni el posible escándalo, ni el enfrentamiento con los guardianes de las normas. Por encima de consideraciones oportunistas está aquella persona que tiene necesidad de ayuda, que se le ha arrodillado y que le manifiesta su fe. Por encima de todo, para el Señor, está el amor.

Alguna lección más se nos ofrece en este domingo. Ante las dos lecturas proclamadas también es posible adquirir conciencia del aspecto social de nuestras culpas y de nuestra responsabilidad en el mundo actual. Se acepta que el cristiano sea pecador, pero el cristiano no debe aceptar serlo. Sólo bajo esta condición se le puede llamar cristiano, a pesar de su pecado. Creyendo profundamente que el Señor puede curarle, haciéndose consciente de su responsabilidad y sabiendo apreciar en su justo valor las cosas de la tierra, si implora la misericordia de Dios sabe que se le perdona, sin que por ello su vida terrena se convierta en un paraíso. El Señor, al perdonar, no promete una vida feliz en el sentido terreno de la palabra; creerlo así sería entender mal el mesianismo de Jesús. Pero al perdonar Cristo el pecado, da la curación interior y el acceso a la corriente de vida que incesantemente corre por su Iglesia.

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