Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Al comienzo de la Cuaresma Dios quiere renovar con nosotros su Alianza. Como lo hizo con Noé: tras el diluvio (I lectura) Dios le dijo: «Yo hago un pacto con vosotros». A los contemporáneos de Noé Dios les indicó un signo muy sencillo y fácil de aplicar: al ver el arco iris, que sale tras la tormenta, les invita a que recuerden su indestructible bondad. A nosotros, los cristianos, es Cristo Jesús, con su Muerte y Resurrección, o sea, con su Pascua, el que mejor nos recuerda el amor de Dios.

En este I Domingo de Cuaresma, Pedro se refiere al Arca de Noé como símbolo del Bautismo y subraya preciosamente que ese Bautismo que « actualmente os salva no consiste en limpiar una suciedad corporal sino en impetrar a Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a la derecha de Dios ». Hermosa manera de decirnos en qué consiste el encuentro con Cristo que, en nosotros, tiene lugar en el Bautismo. Y de decirlo hoy precisamente cuando contemplamos a Cristo preparándose para comenzar, públicamente, su misión en el mundo. El encuentro con Cristo sólo es la posibilidad de alcanzar una conciencia pura. Por eso, a través de su vida pública, Jesús hablará de los limpios de corazón llamándolos bienaventurados y pondrá de relieve que no es lo que entra por la boca del hombre lo que lo ensucia, sino lo que sale de su boca desbordando de su corazón. Por eso dijo con toda seguridad que si la mirada es limpia, todo el ser quedará iluminado. Se trata, pues, de tener una conciencia pura, mirar limpiamente a los demás y a los acontecimientos, ser transparentes, desechar segundas intenciones, descubrir en los demás su bondad en lugar de cebarnos despiadadamente en los presuntos defectos, ponerse siempre en el «lugar del otro» para intentar comprenderlo y salvarlo siempre.

Vamos a caminar hacia el gran triunfo de Cristo: la resurrección. Hoy debiéramos comenzar nuestro entrenamiento para ser triunfadores. Porque eso debiéramos ser los cristianos: unos triunfadores natos. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones damos la imagen de eternos perdedores, de personas tristes, angustiadas y resignadas por haber emprendido un camino de renuncias. Nos falta conciencia pura y mirada limpia para encontrar el secreto del triunfo verdadero, que no tiene nada que ver con lo que los hombres llaman ordinariamente triunfo y que dista tanto de él como dista el día de la noche.

Cerca de Cristo, en el desierto, en la soledad y en silencio, hoy es un buen día para ahondar un poco en aquello que va a constituir el gran mensaje del Señor: prepararnos para descubrir el rostro de Dios, un rostro que sólo verán los limpios de corazón.

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