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Publicado por
ANTONIO NÚÑEZ
León

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O apaga y vámonos. A los alcaldes salidos de las últimas elecciones no les cuadran las cuentas y se disponen a hacer una tímida poda de primavera en las plantillas municipales, que le crecen como enanos al señor interventor, igual que el chiste del circo de Ángel Cristo, en forma de números rojos. El Ayuntamiento de la capital encargó una auditoría externa a la prestigiosa firma Deloitte Asesores o un nombre franchute parecido —coño, por la mitad y en román paladino la hubiera hecho un servidor— según la cual en el debe/haber, pero no hay, sobran nada menos que ochocientos veinte funcionarios, como quien dice la mitad de la nómina y se dice pronto para una pobrina ciudad de ciento y poco mil habitantes contando jubiletas, parados, amas de casa de las de antes y tiernos infantes en edad escolar de repetir curso.

Y ante la gravedad del diagnóstico al regidor Emilio Gutiérrez se le puso cara de congoja, más aún de la que es habitual en él, y ha anunciado que limitará la tijera a un centenar y medio de contratos este año, que no se renovarán, y a otros trescientos en jubilaciones durante la próxima década, que ya irán cayendo. La verdad es que acojona a cualquiera, con perdón, sobre todo a los que les toca. Ha avisado también que prescindirá de servicios que no son de su incumbencia ni competencia como guarderías de niños de teta, escuelas deportivas, el mercado de ganados que hasta por la feria de San Andrés toca a tres empleados por cabestro, la chorrada de las actividades de ocio en Feve, asilos de ancianitos y así un largo etcétera.

No le falta razón a Gutiérrez, aunque la lista de papanatas a borrar debería de ir acompañada de otra con el curriculum de enchufes del borrado, no vaya a ser que queden en la cuerda floja sólo los de la cuerda del otro partido o sindicato. Porque, vamos a dejarnos de pamplinas, eso de que todos superaron las oposiciones es una suposición. Ya dice el himno de mi paisano Odón Alonso, el de La Bañeza, que «sin León no hubiera España», si bien se le olvidara añadir que antes de reyes y leyes éramos ya un reino de primos, cuñadas y demás familia. Para la próxima, además de una auditoría, se le recomienda a Emilio encargar una cata arqueológica de la plantilla municipal y verá que, como las capas de una cebolla, los puestos se corresponden finamente con la llegada de tal o cual alcalde en compaña de sus correspondientes paniaguados.

Esto se remonta a tiempos inmemoriales y supongo, señoría, que ya se puede escribir porque habrá prescrito. La cebolla municipal, que no era flaca en tiempos de Franco cuando entró a trabajar allí el paterfamilias de cierto expresidente del gobierno, engordó a lo bestia con el ex alcalde Morano, su ex lugarteniente De Francisco, Pelines entre él y yo, y el amigo ex concejal Cabañeros, que siempre sacaba diez de once concejales en su pueblo, San Adrián del Valle, vecino al mío, porque tenía a todos menos a uno colocados aquí. Incluso había un equipo deportivo, el voleibol UCD, cuyos jugadores fuera de la cancha militaban en la Diputación o el Ayuntamiento sin rascar bola. Luego vinieron los alcaldes Amilivia, Paco Fernández, «el bien pagao», y ahora Gutiérrez. Daría para llenar no un articulillo, sino la enciclopedia.

Vamos a ver, a un Ayuntamiento se le pide que te dé agua en el grifo, luz en la calle, un guripa para ordenar el tráfico a cambio de que no haya atropellos por las aceras y pare usted de contar. Todo lo demás son gilipolleces, con permiso, que puede contratar el que las quiera, cada uno de su bolsillo, pero no con nuestros impuestos.

Sostenía el premio Nobel economista John Kennet Galbraith que contratar a un amiguete inútil en la administración pública de los Kennedy, de la que fue asesor, era un craso error y resultaba contraproducente aunque no tuviera nada que hacer porque al año el mozo se inventaba un montón de trabajo para justificar el sueldo, luego pedía un ayudante para echarle una mano y así sucesivamente. Cuando servidor hizo la mili observó algo parecido en un sargento chusquero que me tenía un tanto mosqueado por mi falta de preparación bélica como recluta de periodismo económico. Joder, si nos llegan a atacar los rusos con todos los misiles y nosotros con el cetme, le digo a usía, mi coronel. Luego la caída del muro de Berlín me dio la razón.

Al licenciarme con viento fresco del ejército me dieron una cartilla, la «blanca», donde decía «valor, se le supone».

Cuando les den la boleta a los enchufados del Ayuntamiento imagino yo que pondrá lo mismo.