LAÚLTIMA
Insolidaridad
No hacía falta poseer las cualidades de Ageo o Sofonías —profetas menores y poco deslumbrantes— para predecir que cuando los recortes pasaran de las musas al teatro, de la teoría presupuestaria a la práctica gubernamental, estallaría esa insolidaridad que hemos cultivado, por cierto desde mucho antes de que llegara el llamado Estado de las Autonomías, que también podía haberse denominado E. N. R. (Estado de los Narcisismos Regionales).
Somos partidarios de que concluya el hacinamiento de los presos en las cárceles y de que se construyan más establecimientos penitenciarios, pero no en mi pueblo. Estamos de acuerdo en que se atienda a los problemas de la drogadicción, porque así evitaremos robos y atracos, pero de ninguna manera vamos a admitir que el centro de desintoxicación se instale en nuestra calle. Comprendemos que se almacenen los residuos radiactivos, pero no en mi Comunidad Autónoma, faltaría más, donde poseemos un idioma autóctono, y, si no, un baile identitario, o una raza de burro aborigen o un grito que no lo hay en toda la Tierra, y mira que es grande la Tierra. Recortes, sí, pero no en el cine que soy cineasta. O en el cine sí, pero no en la investigación, porque soy investigador.
Y que se aprieten el cinturón los catalanes, que yo soy cántabro, o los andaluces que para eso soy vasco y soy diferente... Resulta tan ridículo el estallido de insolidaridad, tan infantil y provinciano, tan egoísta y cateto, que me produciría risa de no ser español. Pero soy español «porque no puedo ser otra cosa», como dijo irónicamente Cánovas del Castillo, y me produce tristeza y dolor. A mí no me duele España, sino mi colon espástico, pero me causa pena esta candorosa necedad, este egoísmo abrumador que nos va a impedir resolver cualquier dificultad, esta epidemia de irresponsabilidad colectiva, que es mucho más amenazadora que eso que llamamos mercados, porque los mercados se conquistan pero los egoísmos solo conducen a la frustración, el odio y el enfrentamiento. Y ya ha ocurrido.