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León

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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

La jornada del Sábado Santo transcurre en un silencio religioso. Jesús ha sido depositado en el sepulcro. Y la comunidad cristiana vuelve sus ojos a la Madre. Su Soledad es el icono de la inmensa y dolorida soledad de tantas personas que no encuentran un fácil consuelo para su desamparo.

El Sábado Santo recordamos también que el Credo cristiano confiesa un misterio pocas veces meditado, al afirmar en un mismo artículo de fe el descenso de Cristo a los infiernos y su resurrección de entre los muertos.

El descenso de Cristo a los infiernos, narrado en el evangelio apócrifo de Nicodemo, ha sido representado muchas veces por el arte. Sirviéndose de su cruz, Cristo abre las puertas del infierno, aplasta a Satanás y da la mano a los justos que esperan la salvación. El infierno aparece con frecuencia como un gran monstruo que devuelve a los cautivos.

La afirmación de que Jesús «resucitó de entre los muertos» (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presupone que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos (cf. Hb 13, 20). El Catecismo de la Iglesia Católica explica que la predicación sobre el descenso de Jesús a los infiernos significa que «Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos» (CCE 632).

Nuestro Credo no pretende sugerir que Jesús ha entrado al infierno de los condenados. Al Señor de la vida no podía encadenarlo la muerte eterna. Bien sabemos que la Escritura llama infiernos, sheol, o hades a la morada de los muertos. «Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación sino para liberar a los justos que le habían precedido». Con su muerte y resurrección, el Redentor anuncia la redención a todos los muertos.

Según una antigua homilía para el Sábado Santo, Cristo «va a buscar a Adán, nuestro primer Padre, la oveja perdida. Quiere ir a visitar a todos los que se encuentran en las tinieblas y a la sombra de la muerte. Va para liberar de sus dolores a Adán encadenado y a Eva, cautiva con él, Él que es al mismo tiempo su Dios y su Hijo...Yo soy tu Dios y por tu causa he sido hecho tu Hijo. Levántate, tú que dormías, porque no te he creado para que permanezcas aquí encadenado en el infierno. Levántate de entre los muertos, yo soy la vida de los muertos».

Por tanto, por medio de la afirmación del descenso de Cristo a los infiernos se resumen dos convicciones fundamentales de nuestra fe. Cristo asumió nuestra naturaleza con todas las consecuencias, incluida la muerte. Y por otra parte, su vida y su muerte significan y realizan la salvación para todos los que antes y después de Él han anhelado ver el rostro de Dios. Cristo es el sacramento universal de la salvación.