EL PAISANAJE
Café para todos
Los mercados internacionales, Esperanza Aguirre, Rosa Díez, el catedrático Sosa-Wagner, ahora eurodiputado del pepino, y, modestia aparte, un servidor no nos fiamos de las autonomías. Por eso ha subido tanto la prima de riesgo. De los otros no respondo, pero a mí que me registren.
Las comunidades autónomas —así llamadas en la Constitución, no autonomías ni países ni naciones ni Dios que lo fundó— fueron un invento de la transición democrática para embridar a los nacionalistas catalanes, vascos y, en menor medida, gallegos que el paramés Martín Villa resolvió con aquella frase histórica de «café para todos». Que hoy los inversores extranjeros se nieguen a pagar la ronda es lo más natural. De aquella se argumentaba también que había que acercar las administraciones públicas al ciudadano, si bien las acercaron tanto que enseguida quedaron llenas de primas, cuñadas, amiguetes y demás parentela en riesgo de paro. Cómo colocar la deuda pública española en el mundo mundial y descolocar a estos últimos para que no se agigante es la madre del cordero.
No la van a matar Mariano, Rubalcaba y, menos aun, los nacionalistas porque todos los partidos tienen camadas enteras de corderines en las autonomías mamando del presupuesto, da igual en Cataluña, Euskadi, Andalucía o aquí mismo. Y la teta ya no da leche para todos. Este desbarajuste recuerda a los inventos del Tiovivo de nuestra infancia —y tan vivos— o a los juveniles de la transición, cuando algunos querían unir León con Asturias, y no con Valladolid, para crear la gran superpotencia energética del carbón que hiciera palidecer a los árabes. Visión de futuro o vista de lince se le llama a eso, elija usted al cabo de los años.
Esperanza Aguirre, que además del PP es aristócrata, puso el otro día lo que ponen las marquesas encima de la mesa al decirle a Rajoy que era partidaria de hacer recortes no sólo en sanidad y educación, sino de revisar de arriba a abajo todo el tinglado autonómico. Eso fue en las escaleras de La Moncloa donde la mi Esperanza iba crecida con zapatos topolinos mientras Mariano le contestaba que «ese debate no está contemplado». Coño, pues deja de hacerte el gallego y sube o baja de una vez. Es el colmo que se lo plantee a uno de Pontevedra la presidenta de la capital autónoma de España, cargo que, por lo demás, tampoco tiene ningún sentido para cualquiera con dos dedos de frente en los mercados extranjeros. Un medio maragato como yo que va de aquí para allá por el mapa tampoco lo entiende.
Bien es cierto que no toda la culpa de lo que está pasando ahora es del superpresidente gallego, sólo anímicamente decidido a bajar la escalera por la puerta del garaje del Senado para escapar de los periodistas y no hacer declaraciones. En esto también la diferencia entre él y la madrileña es más de lo que salta a la vista: por ejemplo, todo lo que le sobra de barba en la jeta al primero le falta a la segunda de pelos en la lengua. Las cosas ya iban bastante mal cuando a Zapatero se le ocurrió revisar el Estatut catalán y, puestos a la obra, los estatutos de las demás autonomías dando lugar a engendros como los de la inmersión lingüística, el blindaje del Ebro o los sudokus financieros del exministro Solbes, un caracterizado vago que deja cinco millones de parados cada vez que trabaja por el país (ya hizo lo mismo o, mejor dicho, no hizo nada con los gobiernos de Felipe González). También Sosa-Wagner debería dar explicaciones sobre por qué dio a su exalumno el expresidente una matrícula de honor en no sé qué asignatura, teniendo en cuenta que éstas no se cultivan cabeza abajo como los ceporros de mi pueblo.
Mientras tanto Mariano templa gaitas con la Merkel y Sarkozy ensayando recortes en la sanidad pública en vez de centralizarla en Madrid y privatizar su gestión, que no es lo mismo, ojo, que venderle los hospitales a los chinos. Con unos salarios médicos de infarto y plantillas masificadas de aupa lo del copago es una cataplasma. A servidor le recuerda el chiste del currante en crisis al que limpiando melancólicamente la lámpara de los buenos y viejos tiempos se le apareció el genio y le concedió un deseo. «Hazme rico, unos seis mil millones», pidió el parado. «Eso es una horterada», replicó el de la vasija, «porque ya los tiene hasta Amancio, el de Zara, además de la duquesa de Alba y visten casi como tú». Rascándose un rato la cabeza el del ladrillo y la garlopa sugirió «bueno, entonces dame salud».
Efectivamente, el genio de Aladino lo hizo autónomo.
Y desde entonces no puede ponerse enfermo ni darse de baja en la Seguridad Social.