CORNADA DE LOBO
Otra guerra
Mientras ese país respire así, aún cabe la esperanza. No es muy grande su nación y carece de influencias o violines en el «concierto internacional». Su ejemplo no es contagioso. Quizá algún día.
En ese lugar, ninguna calle de sus ciudades o pueblos tiene nombre de hombres o reinas o militares o santas o alcaldes. Llaman allí a las calles con nombres comunes buscando que sean evocaciones sugerentes y familiares para que todo el mundo pueda reconocerlas y recordarlas fácilmente... ¿cómo se puede olvidar la calle de la Salamandra?... o la plaza del Granizo... ¿y la avenida del Amor Hermoso?...
Saben bien en ese país que no conviene meterse en nombres propios de once varas a la hora de bautizar sus calles porque los nombres los carga el diablo y ya escarmentaron hace tiempo viendo que esos apellidos que hoy glorifican unos aupándolos al callejero los apearán otros mañana... muchas veces con vejación o revancha o simplemente por vergüenza ajena... o los irá devorando el olvido, el óxido y las cagadas de las palomas sin que nadie, ni siquiera los de su calle, sepa quién coños fue el general Sóstenes Campurriano, el concejal Turrión González o el obispo Cuadrillero (¿y quién era ese juntacuadrillas?, se dirá el inmenso pueblo que ignora la biografía de sus próceres campanones y las exageradas exaltaciones del cronista oficial).
El callejero es siempre tema porque este país lleva siglos tirándose a la cara lápidas, calles o estatuas. Es deporte nacional. Se practica mucho al dar la vuelta la tortilla, esto es, cuando llegan los nuestros , ese momentazo para el que vive y labora esta nación de dos naciones y doscientas nacionalidades. Esos apeos agraviantes se los han perpetrado hace poco a Rafael Alberti, a Pilar Bardem o a Miguel Hernández en varios lugares, víctimas otra vez de una guerra, la misma guerra, la oportunista guerra del tonto o del chulo.
Por eso, una y otra vez, vuelvo a ese país de calles con nombrea y no apellidos... animales, árboles, ríos o montes son lo frecuente... o sentimientos, artes, pasiones... está la Calle Concordia, la del Saber, la Tremolina (como aquí)... Lo malo de ese país canijo (que no toca el violín) es que se llama Sanjamás.