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ROSA VILLACASTÍN
León

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Después de la operación de un tumor en el pecho a que fue sometida Laura, la más pequeña de los hijos de Adolfo Suárez, por fin la familia del ex presidente vuelve a sonreír. En los próximos días se casará Sonsoles con el mozambiqueño Paulo Wilson, músico de profesión, y con el que lleva viviendo doce años en Portugal. Una relación que le ha ayudado a superar la muerte de su madre Amparo y de su hermana Miriam, ambas de cáncer, así como la que padeció Sonsoles hace unos años. Pero siendo todo esto doloroso, lo más duro para los hijos, familiares y amigos de Suárez es comprobar como día a día avanza una enfermedad que le ha robado todos sus recuerdos, desde los más íntimos y gratificantes hasta los más ingratos, incluso aquellos que están prendidos en la memoria colectiva de los españoles.

Hace años tuve la oportunidad de trabajar con Sonsoles en Antena 3, y siendo como eran tiempos convulsos para ella —ya su matrimonio con Pocholo Martínez Bordíu comenzaba a resquebrajarse—, demostró que era una gran profesional, una muy buena presentadora, y mejor compañera.

El interés de la prensa del corazón aumentó tras separarse de Pocholo, lo que le obligó a dejar la televisión, para marcharse a Mozambique, donde estuvo trabajando en una ONG, y donde encontró al hombre de su vida: Paulo Wilson.

Me cuentan que el traje de novia se lo hizo hace un año Rosa Clara, la famosa diseñadora catalana, pero tuvo que aplazarse la boda debido a la enfermedad de su padre y de su hermana. Una boda que se celebrará en Madrid el 19, con el fin de que puedan asistir sus hermanos Adolfo, Javier y Laura, y poder abrazar a su padre en un día tan señalado para ella y para toda su familia.

Es curioso como siendo como fueron los primeros inquilinos de la Moncloa, los hijos del hombre que fue pieza clave para que el Rey pudiera instaurar la democracia, siempre hayan mantenido una actitud tan reservada. Salvo Adolfo, el mayor, que es quien ha tomado el testigo de su padre, el resto Javier, Laura y Sonsoles, apenas si aparecen en actos públicos, quizá porque saben como nadie lo fluctuantes que son los afectos de quienes están cerca del poder.