La Ascensión del Señor
Liturgia dominical
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
La Ascensión es como la despedida de un fundador, que deja a sus hijos la tarea de continuar su obra, pero sin abandonarlos a su suerte, ya que sigue a su lado por la presencia de su Espíritu. Cristo puede irse tranquilo, porque se han cumplido las Escrituras sobre Él, y los discípulos comienzan a comprenderlo. Puede irse tranquilo, no porque sus hombres sean unos héroes, sino porque su Espíritu los acompañará siempre en su misión.
Una consecuencia de la fiesta de la Ascensión es que ahora empieza el tiempo de la Iglesia, el nuestro. Cristo marchó; ahora, sus discípulos, nosotros, tenemos que hacerlo presente. El Señor se vale de nosotros para repetir sus palabras y prolongar sus obras. Prestamos nuestros labios, pies, manos y corazón a Jesús, para que él, en nosotros, siga bendiciendo, consolando, perdonando, compartiendo, sirviendo...
Jesús inició una tarea; nosotros tenemos que completarla. Se trata de extender el reino de Dios, el gran objetivo de Jesús; de hacer posible el reino de la paz y del amor, o sea, la fraternidad universal. Por eso, no es cuestión de quedarse mirando al cielo, sino de inclinarse sobre las heridas y necesidades de la tierra. Lo nuestro es «anunciar a los pobres la buena nueva, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar» la misericordia y la gracia del Señor. El Señor nos envía a donde nos necesiten, donde haya un clamor, una injusticia, una soledad, una tarea. Nos manda para que seamos instrumentos de su paz. Resumiendo, nuestra misión es ir, como Jesús, por el mundo «haciendo el bien», amando como Jesús. La esperanza que nace de la Ascensión no nos ahorra los trabajos de esta vida, tanto los del crecer constantemente en la vida cristiana y sus compromisos como los que supone el peso de la existencia con todos sus avatares; pero les da a todos ellos la categoría, repleta de segura esperanza, de estar orientados hacia el Padre, de tal forma que vivir en cristiano es una constante ascensión.
Podemos decir que esta Fiesta nos invita a tener nuestra mirada fija en el cielo, donde Cristo está a la derecha del Padre, pero las manos y el esfuerzo en esta tierra que sigue teniendo necesidad de la manifestación de los hijos de Dios. Es una invitación a seguir trabajando por construir la «civilización del amor» y «dar razón de nuestra esperanza». El cristiano debe ser un hombre de luz en medio de un mundo de tanta tiniebla. Por ello, la evangelización es predicar la esperanza en las promesas hechas por Dios mediante la nueva alianza en Jesucristo; el amor de Dios para con nosotros y de nuestro amor hacia Dios; la fraternidad para con todos los hombres -como capacidad de donación y de perdón, de renuncia, de ayuda al hermano- que por descender del amor de Dios, es el núcleo del Evangelio. Y es también denunciar el mal, de cualquier forma que éste exista.